La tienda Juan Valdez la abren diez minutos después de las 8 de la mañana, pero don Rafael esperaba el servicio desde las 7 y 50. Iba dos o tres veces por semana. Le gustaba el cafecito campesino. Bromeaba con las dependientes y les conocía sus vidas. Era detallista con ellos. Un día, mientras hacía fila, me preguntó sin miramientos: ¿Usted a qué se dedica? ¿Es médico? Le contesté que era periodista y que buscaba un capuchino con leche deslactosada. “Eso es para señoritas”, me dijo y los dos soltamos la risa. Así comenzó nuestra amistad.
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