Vie, 06/10/2022 - 10:15
Foto: Pexels

Cuento. Elephantus cum deliciae

Cuento incluido en el libro «Trece animales de circo»

Para Guiraldes, vivo de milagro.

-Charles Baudelaire: muerto /cáncer de feo

-Arthur Rimbaud: muerto /cáncer de elefante

Luna Miguel

Museo de Cánceres

Como quien, a la hora de la cena, le cuenta a su perro solitario lo poco o nada que le sucedió durante un día doloroso y rutinario, el hombre del sombrero de copa envejecido y el traje de torero triste empezó diciendo: señoras y señores, niñas y niños, espectadoras y espectadores, amigas y amigos. A pesar de que se trata del animal terrestre más sorprendente del que se tenga registro en nuestro tiempo, tengo el gusto y el honor de presentarles aquí, en el mejor circo del mundo, al animal más silencioso que advertirán sus sentidos el día de hoy y, quizás, en toda su vida. Más aún que aquellos microscópicos, esos que nuestros ojos sin entrenamiento, o un instrumento específico, no llegan a percibir jamás, aunque los llevemos en los propios ojos, en las manos, el corazón y hasta en lo que imaginamos. Y aún más que los invertebrados que, en ocasiones, nos aterran y nos asquean al punto del desmayo, aunque estén fuera de nuestro alcance o sean inofensivos. Señoras y señores, niñas y niños, espectadoras y espectadores, amigas y amigos. Tengo el gusto de presentarles a nuestro animal fantástico, y no, señoras y niñas, señores y niños, espectadoras y amigas, espectadores y amigos, no se trata de algún insecto diminuto venido de los confines de la selva ni mucho menos de algún oriundo de las aguas profundas de los océanos más pavorosos que carga con su propia luz, sino de, como muchos ya lo habrán imaginado, un animal tan doméstico como el perro y tan salvaje como los leones. Es, además, el único animal de este circo capaz de escribir poemas. Este espécimen único es capaz de mimetizarse en una manada de ñus mientras huyen por una pradera, así como de pernoctar con los búhos selváticos sin perder su pasividad y capacidad para tomar litros y litros de café. Hoy, ante ustedes, por primera y, ojalá, no única vez, Guiraldes, el poeta silencioso, escribirá un poema y, tal vez, los inmortalizará en él, por lo que les recomiendo que pongan su mejor cara, o, al menos, no la peor, porque nadie quiere aparecer en un poema si no es para remplazar la mejor fotografía que tenga en su hogar.

En principio, no comprendí a lo que se refería el anfitrión. Para empezar, era mi primera vez como público de aquel espectáculo centenario, y no podía imaginarme cómo un animal, cualquiera que fuera, pero tan polifacético, como lo describió el hombre del bigote raro, además de tan poco común en mi ciudad, que apenas si tiene pájaros y perros callejeros, y en donde abundan las bestias de metal y de hormigón y los cristales que, para terminar de empeorar, los multiplican como un espejismo terrorífico, pudiera ser tan silencioso, pero, sobre todo, tan talentoso con las palabras.

Mientras tanto, el hombre de la chaqueta con lentejuelas brillantes y pantalones cortos continuó: pero no les hablo de un poeta cualquiera, señoras, señores, niñas, niños, espectadoras, espectadores, amigas, amigos, porque, además de su don de letras y de silencio tiene el don de la vida. Les hablo de un muerto que todavía no empieza a ejercer, un suicida que todavía está vivo. Y, aunque siempre quiere lanzarse desde un puente, y en su mente lo está haciendo todo el tiempo y lo seguirá haciendo hasta el fin de sus días, todavía está entre nosotros, y lleva tatuada en su piel a la mismísima literatura. Les hablo de un Quijote desgarbado que le cubre casi todo el lomo y del rostro florido de un poeta francés, en una de las patas delanteras, además de una palabra santa en la otra pata delantera. Y, también, una nube propia que, además de ir en su piel, viaja en su corazón, y lo acompaña a donde quiera que vaya, para alegrarle el día oscureciendo al mundo y espantando a los demás.

Mientras mi confusión crecía cada vez más, al igual que la de la gran mayoría de espectadores, y los niños, sobre todo, que ya empezaban a perder la paciencia, el hombre, con decenas de años de experiencia presentando animales absurdos ante audiencias de todo tipo, y percibiendo nuestro desconcierto, continuó: este animal, que se alimenta principalmente de hierbas nuevas y árboles caídos, y pudiendo ingerir más de doscientos kilogramos de estos al día, bien podría resistir con apenas unas tres o cuatro cubetas de café a lo largo de un día, a pesar de lo que dicen las estadísticas de los naturalistas sobre los cafeinómanos y sobre los alimentos. Aunque se sabe que su esperanza de vida es muy similar a la nuestra, pero no nos confiamos porque, como lo podrán imaginar, ya ha demostrado tener menos vidas que un gato y más ganas de morirse que una mosca recién nacida.

Dijo café como quien dice pan, y tres o cuatro cubetas como quien dice copas o cucharadas, a lo mejor, porque no creyó suficientes todas sus afirmaciones anteriores, incluidas las de la mosca y el gato, para rompernos la cabeza, y prosiguió con el orden del día sin que la gomina que le formaba el mostacho se deformara debido al sudor que la rodeaba: y por eso es que este poeta es diferente, porque mientras los demás, en su mayoría, son animales muy sociables y conviven en manadas de algunas decenas de miembros alrededor de coloquios sobre temas que nada más les importan a ellos, este es un ejemplar solitario, pero sobre todo, irritable. Proviene de una pequeña manada de cinco machos que fue conducida por una hembra desde siempre y para siempre, de allí proviene, creemos, su tendencia a querer morir pronto, como lo hacen las madres, las esposas y las mujeres en general sin más elección que la de volver a empezar con la vida cada tanto y por siempre.

En ese momento no pude evitar entristecerme un poco al imaginar a su madre viéndolo irse en manos de los cazadores de poetas, o mientras las ciudades que visitaba se lo engullían sin pestañear, o, por qué no, a sus hermanos y a su padre, que sentían a la vez dolor y paz, como suele suceder con las despedidas y los arribos. Hablo de la vida y de la muerte en general, como pareció notar el relator de ojos de cristal que dijo: para finalizar pronto con la presentación, señoras y señores, niñas y niños, todas y todos, porque no quiero quitarles tanto tiempo, diré que la velocidad máxima que alcanza este ejemplar caminando es de dos kilómetros por hora, y esto, sumado a su enorme tamaño y que no puede saltar ni correr, lo convierte en una presa fácil para los cazadores furtivos que viajan a toda velocidad. Pero él no se preocupa sino por caminar desde donde esté hasta donde vaya, desde donde parta hasta donde lo esperen. Y, para acabar con la espera y la presentación, aquí lo tienen, aquí está, con ustedes y con nosotros, así que, por favor, recibámoslo con un caluroso aplauso.

Mientras la cortina se levantaba, se asomaron unas patas grandes, casi del tamaño del hombre de las botitas roídas, y él nos lo presentó formalmente: señoras, niñas, espectadoras, amigas y señores, niños, espectadores, amigos, con todos ustedes, Guiraldes, el poeta silencioso.

Las cortinas se abrieron, por fin, y lo que vi no podía estar más alejado de lo que me hubiera imaginado que podría ser aquel espécimen gris de mirada triste y de espíritu esquivo. Pero el voceador continuó, como si estuviera presentando apenas una paloma ordinaria de parque de pueblo y no la de la paz: como ven, se trata de un ejemplar único. Un poeta de sangre verde, pero este, casi como los demás, tiene un período de gestación de casi dos años, aunque ha tenido algunos, el primero, de hecho, de hasta cinco años.

Mientras tanto, Guiraldes, con actitud de estar ignorando la tormenta imaginativa que nos aplastaba a quienes ni de cerca habíamos visto un animal con esas habilidades, y, mucho menos, tan silencioso, porque el animal más mudo que conocíamos era el sol. Me pregunté cómo podría un animal doméstico y salvaje, como lo son los poetas, ser tan silencioso si nada más tras la cortina morada que lo separaba del círculo de arena y de nosotros, se oían sus cánticos en forma de susurro, que se asemejaban más a una trompeta desafinada que a un rugido hambriento o a un ladrido indefenso, quizá para decirle a su entrenador que lo quiere o que lo odia. Luego de un par de empujones leves en la parte de atrás por parte de los ayudantes del circo, el ejemplar salió sin afán, con su mirada tranquila, alternada entre la lejanía y la soledad, y se dirigió paso a paso a lo largo del pasillo que conectaba con el perímetro arenoso del espectáculo en medio de nosotros. El ambiente parecía ser el mismo de su miseria vitalicia, porque caminaba arrastrando un poco las patas, como si su niñez le hubiera enseñado a no saltar demasiado para no destruir el mundo.

Luego, el encantador de gentes lejanas dijo: a continuación, ya lo verán, porque no es una promesa, podrán comprobar que se trata de una verdadera delicia para los sentidos, una rareza en la que, con verlo la primera vez, verán la muerte reflejada en sus ojos de poeta, y podrán también apreciar los reflejos de las montañas en las que creció, casi adheridos a sus párpados pesados. Además, cuenta con un cerebro muy rápido, casi como el de una mosca, porque para ellas todo se mueve en cámara lenta. Antes de que una vuele en respuesta a la amenaza de un depredador o un torpe matamoscas, esta planea la dirección de su salto haciendo una serie de cálculos complejos y movimientos precisos. En lugar de solamente ponerse a volar como un pajarraco inhábil, el pequeño cerebro de la mosca calcula de dónde viene la amenaza y, así, prepara su escape, y el objetivo de estos movimientos lograr posicionarse cuidadosamente para planear la huida y que las patas queden situadas en la mejor perspectiva para escapar en dirección opuesta de la inminente amenaza, y estos movimientos son tan rápidos que toman apenas unos doscientos milisegundos, más o menos el tiempo que tarda un poema en brotar en la cabeza memoriosa de Guiraldes, el poeta silencioso, que, como vemos, ya ha escrito un poema en la arena del suelo, mientras yo he tardado en decir estas palabras. Contemplémoslo para luego leerlo en voz alta.

Como quien, luego de cenar algo desabrido y escaso, quiere olvidarlo todo, para poder tener las fuerzas necesarias del nuevo día, del eterno día siguiente, el hombre parlanchín se detuvo en su intento de leer lo que allí se había escrito, para decir que ya había sido suficiente, que Guiraldes, el poeta silencioso, tenía que irse a descansar. No sé si de nosotros, de él o de su propia desdicha, y, para finalizar, nos habló: señoras y señores, niñas y niños, ha llegado la hora cruel en que tenemos que ver partir a Guiraldes, que tiene que irse a descansar leyendo poemas, porque también sabe leer. Despídanse bien, porque, nunca se sabe, podría ser la última vez que lo vieran.

Todavía oigo la voz del narrador, o la imagino, mejor dicho, advirtiendo sobre el final de Guiraldes, el poeta silencioso: cuando los poetas llegan a una edad muy avanzada y están a punto de morir, suelen buscar alguna charca de agua para permanecer allí hasta la hora de su muerte. Sé que hablaría del agua como se habla de los libros, pero no me lo imagino diciéndolo, porque los que más hablan son los que menos leen, y los que vemos a los ojos a una bestia indómita jamás podemos volver a ver algo sin verlo vivo, como decía el poema que escribió Guiraldes en el suelo antes de ser llevado a su jaula por última vez.

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