Vie, 05/19/2023 - 14:39
Un cuento de Sonya Estupiñan Castro. Foto: Pexels

Cuento. Memento mori

«Morir es lo menor que puede pasarle a alguien que lleva la muerte adentro».

Ese letargo interrumpido por los gritos de quine aterrados trataban de auxiliarme. La luz del sol quemándome los parpados mientras enceguecido solo recordaba el propósito de mi caída. Me aterraba la idea de sobrevivir, sentí el fastidio por estas personas que ingenuamente intentaban ganarse el cielo. La respiración se me dificultaba y solo atinaba a escuchar

-Se botó, se botó. Es el vecino del piso 6013, escuchamos ese estruendo ya que cayó sobre el piso tejado de la administración-, agregó aquella voz.

El aire se me hizo cada vez más pesado mientras escuchaba a lo lejos las sirenas que solo presagiaban el auxilio que no quería tener. Tenía miedo a la noche, al letargo de los días, al desamor y de nuevo a sentir su ausencia. Ese momento en el que el suelo atestiguaba mis pensamientos me mostraba el mundo desfigurado, un mundo que padecí mucho tiempo, el mundo que duele y que salta de los ojos para estrellarse en contra las realidades, contra la poesía que mal hecha daba vida, letras que continuaban sin encontrar el sentido de la oración. Estar en el suelo hecho mierda era la mejor imagen poética que había realizado hasta ese momento.

Cuando desperté me encontraba escoltado por maquinas en un cuarto blanco e higienizado. Estaba en aquel maldito lugar para unos cuantos y la salvación para otros más. El pulso acelerado reveló a las enfermeras de mi despertar e inmediatamente llamaron al doctor.

¿Por qué es tan difícil morir cuando se desea? ¿Por qué a otros que aman y se aferran les llega de improviso aquella visita mortuoria, tanto así que quedan como almas en pena tratando de solucionar aquello que dejaron en vida. Y yo, aquí, en medio de la oportunidad de alargar lo que tanto detestaba desde niño. Cómo era posible esta ridícula ironía, donde mi cielo siempre estuvo sin esperanza. El solo pensar en tener que volver a los mismos vestigios de lo que en antaño me invitaron a este viaje de mi propia vida buscando la razón a esta existencia. Esta acumulación de mundo que estalló cuando decidí saltar. Elucubraba sin fuerzas cuando fui interrumpido por una voz cálida, aunque masculina.

-La conquista del mundo es la revelación de nuestro interior, caballero- con voz profunda me preguntó si sentía mucho dolor, a lo que solo moví mi cabeza en negación, algo antipático y rencoroso por tener que estar allí.

Mientras sus manos auscultaban mis heridas y mi pierna enyesada, mi hombro puesto en su lugar y esa sonrisa blanca mirándome fijamente.

-¿Estamos acostumbrados a renacer de muchas muertes, no le parece? -Indagó distraídamente-. Es la condición humana lo que nos lleva a estos extremos o decisiones, es la acumulación de todo lo que arde, es encontrar de cara con ese infortunio y esa fatalidad sintiendo que los pasos se confundieron el camino y quieren llevarnos hasta la muerte. Pero, joven- titubeó un poco cuando fijamente observó mi fragilidad- Esto no se va a detener- dijo. Mi cerebro solo repetía aquella frase tratando de encontrar la explicación de tal directo y descarnado mensaje se me acababa de dar.

Espero que encuentre mejoría en sus pensamientos. Aquí estaremos las enfermeras y los médicos para ayudarlo. Mañana vendrá el psicólogo y, por cierto –añadió-, no hemos podido localizar a nadie de su familia. La trabajadora social vendrá a hacerle algunas preguntas, por ahora solo descanse.

Ahora era la noche renunciando a mí, que patética vida seguiría después de todo esto. La gente mira con ojos de lastima y no se dan cuenta que solo intentaba hacer las cosas bien, que morir es lo menor que puede pasarle a alguien que lleva la muerte adentro. Querer sacar algo que nos lastima es necesario, pero aquí estaba de nuevo, tragando a pequeños sorbos pedazos de esa gelatina insípida.

Cuando vino la trabajadora social no podía creer como alguien tan joven había sobrevivido tanto tiempo solo, sin familia, o como estúpidamente jadeaba entre sollozos hipócritas “sin nadie que te ame y te proteja”. Solo me entretenía mirado sus labios moverse de un modo arrítmico, su cabello bien cuidado y esa mirada de quien ha tenido que automatizarse en su trabajo y repetir el mismo discurso. La compadecía porque sé que un trabajo como el suyo es complejo, lidiar con la estupidez del otro y tener que fingir que le importa. No me interesaba escucharla, solo imaginaba si aquella mujer en frente mío alguna vez habría deseado morir.

Había quedado huérfano hace dos años. Mis padres habían perecido en un accidente vía Barranquilla. El vehículo iba a gran velocidad y ellos en su profesión siempre llevaban el alcohol en sus venas. Supongo que fue un conjunto de cosas que causaron esas muertes. Mi padre era un ídolo vallenato y mi madre la mujer que veía solo por los ojos de él. El amor de esos dos era como aquel fruto maduro que sabe a todas las glorias, a todos los escenarios llenos y a aquel acordeón que mi papá atesoraba. Ese sí que era un buen amor, de esos que se inventan ahora, de esos amores que en realidad están en la imaginación de quienes anhelan esos abrazos que recorren la noche sembrando miradas húmedas y tiernas que se abren dando paso a la tranquilidad. Se cerraban mutuamente las llagas infinitas de un mundo que les pertenecía porque ellos sí que tenían esa llave para amar y ser amados. Y yo solo era el principio de un incendio que intentaba apagar, pero las aguas de la gente inoportuna y su hipócrita preocupación me tenían ahí, en esa habitación de hospital navegando contra la corriente sintiendo dolores que aún no han dolido.        

Tuve que pagarle a una señora que nos había servido en los años en que mis padres estaban vivos para que fuera a sacarme del hospital e hiciera todas las vueltas concernientes a mi salida. Ya de nuevo en mi apartamento sentí esas visiones que atormentan a quienes han escapado de la muerte. Hoy es jueves, pero parece más un domingo y era hora de engañar al dolor. No pensaba que me había salvado por obra y gracia de nadie o que tengo una nueva oportunidad o que estoy hecho para algo más, solo esperaba que la tierra absorbiera mis desengaños y lo efímero de una vida que nunca ha querido ser vivida.

¿Usted qué haría? Si en esta vida nos dieran otra oportunidad. Si se pudiera parar el tiempo y volverlo atrás. Si se pudiera con la experiencia recomenzar. Si se pudiera borrar las cosas que hicimos mal. ¿Usted qué haría? Escuché a los lejos en una melodía que se volvía cada vez más ruidosa. Me acosté boca arriba midiendo el tiempo en el techo mascullando lo que decía aquella canción en la radio. ¿Qué haría realmente si pudiera devolver el tiempo atrás? ¿Pero para qué? ¿Para seguir en un lugar que padecemos? La vida solo puede explicarse a través del sufrimiento. Me percibí muy pesimista y decidí levantarme a escribir.

Los escritos son huellas de acero en el asfalto o arenas que con el viento desaparecen. Pienso que la existencia solo puede explicarse por medio de la escritura, esos retratos de los viajes de la vida de miles de escritores que neciamente se purificaron a través de las letras, esa sensación cuando se lee que uno es el que habla, que las palabras tienen un peso que nos aplasta o nos hace libres. El escritor es un gobernante del sentido o sin sentido, es el que une palabras, pero no basta, no basta con escribir. Se deben sentir las palpitaciones del mundo, morir y renacer las veces que sean necesarias, desnudar el cielo perteneciendo con naturalidad a la noche, a la certeza, a la batalla del cuerpo interior y exterior. Escribir es describir la vida tal como es, es ese testimonio desnudo del cuerpo del mundo, del propio, del ajeno, cuerpos que han ardido y se han quemado, otros que en cenizas renacen cual ave fénix. Se embellece al mundo contando mariposas amarillas e invisibles, esa voz que ya no lo será.

Estaba completamente ido de la realidad tecleando frases inconclusas cuando sentí un fuerte golpe en la puerta. Pero vivo solo, pensé. No soy alguien que se asustara con facilidad, pero me consternó un fuerte aullido. Me levanté precipitado hacia la puerta y la abrió sin titubear. Solo silencio y oscuridad en el pasillo. "Debo estar volviéndome loco".

Esa tarde decidí salir a refrescar un poco la mente y encontrarme con un amigo de la universidad a la cual no volví a ir, pero me quedaron uno que otro personaje con quien hablar y salir a tomar. Estábamos charlando entre los vapores del vino de todo un poco cuando una mujer poco agraciada de estatura baja y rostro demacrado venía hacia nosotros- me siento un poco sola, podría acompañarlos-indagó. Su mirada parecía perdida por momentos. Mientras tanto Pablo y yo tomamos pequeños sorbos de cerveza a la expectativa.

La muerte es un castigo para algunos, para otros un regalo y para muchos un favor-increpó la mujer. Solo abrimos los ojos en una mueca de gracias. Quién comienza una conversación así -pensé. ¿Pero ella no apartaba la mirada de nosotros y prosiguió- Hay diferencia entre la vida y la muerte? -se respondió a sí misma con un inclemente NO HAY DIFERENCIA diciendo esto último entre una gran carcajada.

Pues no sé qué es la muerte dije, pero pensar en la muerte es buscar un sentido a la vida. Pablo atinó a decir que morimos solo porque estamos vivos, a mí me resultó algo graciosa la oración, pero aquella mujer animada le expresó- la muerte, caballero, es lo único que compartimos todos los seres. Deberíamos prepararnos para ello, pero pasamos nuestro tiempo pensando en la vida misma, y no miramos la brevedad de la vida desperdiciándola. Le tememos a la muerte como si supiéramos qué es. Que ignorantes somos pensando tener la respuesta a todo.

Pablo se veía más animado con las palabras de la mujer. Y pensé irónicamente que yo era el que sabia mucho más del tema porque había enfrentado a la muerte, estando buscando a esta toda mi vida. Era la primera vez que vi en los ojos de Pablo la oscuridad de un alma que se ve siempre feliz y que su sonrisa s e puede traducir en una descripción poética. Y no era que fuera gay, solo miraba la sensibilidad de mi amigo que hasta ahora se hizo latente.

Vivir es sufrir-dijo Pablo contoneando su botella, le tememos a la muerte como si esta nos hiciera daño. Pienso que hay que morir con dignidad y orgullo y si esta llega de improviso, soltar al viento el último aliento. Somos seres para la muerte, ¿no? Eso lo escuché o lo leí en alguna parte, además de siempre no la pasamos negando que moriremos. Qué harían ustedes si supieran por ejemplo que mañana morirán.

Le dije-Igual todos vamos a morir. Somo solo mortales. Tenemos que devolver en algún momento esto que no nos pertenece. No aprendemos nada de lo que la vida nos tiene que enseñar

-estaría feliz. Una sensación de alivio de libertad sentiría, decía aquella mujer de ojos perdidos. Lo mejor es dejar de encontrarte con gente miserable, sabes, prosiguió- el ser humano es nefasto, egoísta y a la vez patético. Busca entre si mimos cuerpos esbeltos, caderitas ricas, nalgas levantadas y tetas grandes, pero ¿qué? ¿Con eso qué? Sí sí, que bien se pasa tocando la piel y delineando figuras en el cuerpo, ¿pero luego de eso qué queda? Los sentimientos y los buenos deseos no les importa. ¿Una mujer o un hombre que no sea solo un cuerpo y una cara bonita no importa? Solo una sociedad hastiada del sexo y a su vez es lo único que buscan. La soledad y la falta de amor propio están latentes en una sociedad que vomita hipocresías. ¿Utilizan al otro, el amor, qué carajos es eso? Decía mientras movía los brazos como dando un discurso.

Yo no había sentido amor por nadie, ni por una mujer, ni pro mis padres, si quiera por mi mismo. Sentí tristeza por un momento.

El amor es la rueda que gira mencionaba Pablo, pero en realidad somos insulares con vacíos, necesitamos llenarlos y no nos importa con qué, así fuera mierda con eso lo llenábamos. Casi delirante continuó, El amor es el principio de todo incendio. Destroza y quema todo a su alrededor, y no es porque sea algo malo, lo malo somos los humanos que no sabemos amar, que preferimos pisotear, comparar, preferir cuerpos a mentes. Tantas veces hemos fusilado al otro con nuestras pretensiones de querer, pero solo buscamos satisfacción. Somos violines rotos esperando que alguien toque con nosotros la melodía indicada, con esto Pablo se calló de manera repentina como si lo que acabase de decir lo avergonzara.

Leí que el amor debería ser el desprendimiento del pensamiento egoísta, que ya no debe ser un deseo solo por el deseo. Es el encuentro de dos almas que alguna vez fueron una sola alma. ¿Vale la pena vivir así? -dije en tono airado.

Eran ya las once de la noche y parecíamos animales indefensos ante la inmensa oscuridad de la ciudad. Las calles angostan y empedradas nos guiaron a un nuevo lugar. – soy Agatha. Me gustaría quedarme un poco más con ustedes, peor hay cosas que no se pueden postergar. Diciendo esto atravesó la calle hacia el sur y desapareció. Tranquilo Pablo, la noche todavía es joven-anuncié. Entramos a un bar donde las luces de colores eran las únicas en la pista. Por un momento cambiaron la música y se oscureció. No sé si estaba ya muy ebrio, pero vi una silueta alta y espesa en la esquina del bar, al lado de una pareja de enamorados, o mejor de un hombre cazador y una mujer cazada. El hombre hablaba con espontaneidad y la mujer parecía nerviosa y se tocaba muchas veces el cabello. Sonreìa tímidamente en un tic nervioso donde sus labios se movían descolocados de las palabras que pronunciaba.

A esa se la van a comer hoy-dijo Pablo acomodándose en el sillón. -No parece estar muy cómoda -agregué. Es más, se siente un poco de terror en su rostro. Al pronunciar estas palabras vi como aquella sobra que los escoltaba se hacía más evidente. Parecía abarcar a la chica. Presagiaba algo que no lograba ver con claridad. La muerte no se cansa de matar-pensé. Estaba absorto en mis pensamientos cuando Pablo interrumpió las profundidades de mis pensamientos con un chiste que me pareció estúpido. Me sentía fatigado por no entender por qué veía esa sombra y la razón por la cual la mujer estaba tan nerviosa.

Aquella escena me dejó impávido. La chica se levantó para ir al baño y el hombre mientras agregaba una sustancia a la bebida de esta.

 

 

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