Dom, 02/19/2023 - 10:37

Habitar la náusea, poemas que son animales vivos

Hay poemas que son caricias: están llenos de ternura y nos hacen anhelar el amor y sus formas. Hay poemas que son heridas, cuchillos que se clavan en el pecho y se quedan para siempre entre las costillas. Hay poemas que son lucha y se vuelven causa.

Y también hay poemas que son animales vivos. Poemas a los que uno, mientras lee, les va acariciando el pelaje, adivinando cicatrices de batallas a muerte entre la piel tibia. Hay poemas como criaturas que nos fascinan con su respiración, ante la cual nos quedamos finalmente quietos, temiendo que el animal abra los ojos y nos atrape en sus fauces.

Esa es la sensación que queda al leer “Habitar la náusea”, de Daniel Morales Machado. Más que letras sobre el papel, los versos son bestias en movimiento, buscando un lugar en el que puedan habitar después de la tormenta.

El libro, publicado gracias a la convocatoria de estímulos “Bucaramanga cree en tu talento 2022”, está lleno de imágenes bellas, poderosas y que sugieren un mundo que renace entre la tragedia. Es un recordatorio de nuestra conexión con el territorio, con sus árboles y su arena y su agua inquieta. “Habitar la náusea” puede leerse como un solo poema extenso, una respiración fluctuante de un animal herido. Este es, podría decirse, un canto a la resistencia, entendida como el impulso natural y primitivo de sobrevivir.   

“Habitar la náusea” está dividido en seis partes y cuenta con ilustraciones de Michell Rueda. Es un libro bellísimo, con una edición cuidada y minimalista que le profiere un aire de intimidad que invita a la observación del poemario, también, como un objeto: a palpar las vetas de la portada y detenerse en los dibujos de animales rojos.

El joven poeta bumangués entrega en esta selección una muestra de todas las cosas que suceden cuando estamos mirando las consecuencias del ruido que lo destruye todo y apartamos los reflectores de quienes ven su vida derrumbarse. La poesía, como el caos, transcurre en silencio.  

Una pequeña frase cierra el poemario: “Este libro se imprimió apenas dos años después del Huracán Iota, mientras las lluvias de noviembre avivaban su memoria en la carne. El cielo era blanco. Algunos recordaron el ardor en las crecientes”. Esas palabras, ese epílogo, si se quiere llamar así, son quizás la clave para descifrar todo el libro. Pero es una afirmación arriesgada. Habría que preguntarle a Daniel.

 

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