Dom, 03/06/2022 - 08:48

La justicia de los desposeídos

Reseña de La rebelión de las ratas, una de las novelas más destacadas de la literatura colombiana.

Eran los desposeídos, los desamparados, los olvidados. Eran los seres famélicos que luchaban contra la injusticia. Venían desde las garras de la miseria hasta los extremos sangrientos de la rebelión”.

La rebelión de las ratas es una obra colombiana, escrita por el escritor Fernando soto Aparicio en noviembre del año 1962. Obtuvo el premio en Barcelona de selecciones lengua española de la editorial Plaza y Janés.

Esta obra nos relata la vida de una familia de campesinos que en busca de un mejor futuro se trasladan a la ciudad de Timbalí donde se ha sabido hay un gran desarrollo en el sector minero, con lo cual, en vez de encontrar oportunidades, descubren un pueblo donde la empresa minera de carbón, no solo está a cargo de extranjeros sino de personas indiferentes a la situación de los mineros. A medida que se desarrolla la historia el protagonista y su familia sufren una serie de acontecimientos los cuales los llevaran al límite de la desesperación y el pesimismo.  Asimismo, el día a día al cual tienen que enfrentarse se hace más duro debido a las precarias condiciones laborales del protagonista y sus compañeros de trabajo, y a su vez su familia, donde su esposa se encuentra en estado de embarazo y sus dos hijos en el auge de su adolescencia, enfrentados a las situaciones más penosas para el ser humano.  Capitulo a capitulo contado por días, los personajes realizan diferentes conductas en consecuencia de su realidad. Desde la vecina, con su hijo que asume un papel de protectora y amiga que despierta sentimientos encontrados en el protagonista, como también el hombre con intenciones pecaminosas “el diablo”, los sin nombre, sino números (mineros), los extranjeros, el alcalde corrupto e indiferente, entre muchos otros personajes, que en conjunto de hechos avivará la llama de la rebelión.

La rebelión de las ratas como un reflejo de una sociedad cada vez más corrompida, más inhumana, donde el factor dinero prevalece por encima de la solidaridad. Un Timbalí que le revela al lector una relación a una Colombia en donde el beneficio propio, las injusticias, el analfabetismo, y los deseos humanos desvelan una realidad tan propia de nuestro diario vivir. Donde se sigue viendo la reverencia al extranjero, la petulancia de los que tiene un poco más, la pobreza extrema, la acumulación de riquezas de unos pocos, y en donde la indiferencia acaba con nuestra esperanza.

“Ya llegamos, mija. Mirá aquellas casas tan famosas… Serán sin duda de los que llaman místeres y musiús. Y estas de aquí, estas de latón, deben ser las de los pobres, como nosotros…” (Aparicio, 1996, pág. 9)

Este libro con un lenguaje sencillo, y una historia claramente desarrollada, nos invitan a sumergirnos en la vida de los personajes, donde compartimos su miseria tanto material como espiritual, donde nos encontramos de frente con la realidad de la cual muchas veces preferimos ignorar. Asimismo, sus descripciones detalladas no solo del sentir de los individuos en la obra, sino de los paisajes, donde se puede involucrar el lector y sentirse rodeado del ruido de la maquinaria pesada, el calor fatigante, y el polvo amarillento y pegajoso de la tierra seca que se funde en nuestra piel.

“Rudecindo sintió que un mareo insoportable lo hacía vacilar. Tanta gente, tanto ruido, tantas máquinas, tantos peligros…” (Aparicio, 1996, pág. 94)

En el mismo orden de ideas, a medida que nos involucramos en la historia, en el ejercicio lector, el autor nos propone una inmersión en la mentalidad de los personajes, donde podemos identificarnos con sus sentimientos, emociones y pasiones y hacernos una idea de la fragilidad y rudeza del ser humano, cuando estos están sumidos en una dicotomía, entre, la injusticia, entre las diferencias, entre lo improvisado de la vida, y la inutilidad de conformarse y acostumbrarse a su desdicha.

“Aguadepanela sin pan. Sola, caliente, pasándole por la garganta como una brasa. Le cayó al estómago y alejó las garras del hambre. Pastora partió un pedazo de su pan y se lo puso entre los labios. Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas y volvió la cara hacia otro lado. Entonces vio las elegantes construcciones de los extranjeros…” (Aparicio, 1996, pág. 38).

Llegado a este punto, esta obra, esta historia, nos ha conducido a una exploración de nuestra interioridad, donde cada acción, cada dialogo, cada pensamiento, simboliza la necesidad de seguir, de saber cuál es la culminación, de ver un reflejo en el cual la esperanza del lector si haya logrado sobrevivir.

En conclusión, se puede afirmar que esta obra del autor Fernando soto Aparicio no solo es un destello de la realidad que se ha vivido, no solo en Colombia, sino en muchos otros países, donde el ser humano es solo otra tuerca en la máquina, donde la ambición ha cegado el espíritu y el poder ha quebrado la ilusión, dónde el hambre ha sido el fuego que aviva la llama de la rebeldía, de la necesidad de justicia.

De igual manera, podemos ver un cataclismo donde los perjudicados son los más vulnerables, incluyendo la naturaleza que se convierte en instrumento de enriquecimiento, y en donde la mejor solución es morir con la antorcha encendida, luchando por mejorar lo inmejorable, donde el olor a fétido no se nos vuelva algo soportable, y quizá la desdicha y la miseria se acostumbre en nuestro estómago y en el de nuestros semejantes.

Y de esta manera al rechazar lo impuesto, la unión haga la fuerza, y que la muerte no sea la solución más viable, donde estas denominadas ratas, salgan del hueco donde las ha sumergido la indolencia del otro, donde haya una rebelión, la rebelión prometida, la rebelión, deseada y tan necesitada... La rebelión de las ratas.

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