“El olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados”.
Gabriel García Márquez.
Omar es una historia de amor altruista incrustada dentro de un conflicto bélico que sobrepasa estadísticas y que sacude terriblemente todo el orbe por lo infame y lo cruento; la ocupación israelí a Palestina, un escenario que se alimenta de muerte todos los días y también de incertidumbre, una historia fermentada que a estas alturas del tiempo ya debería hoy ser catalogada como increíble.
Pues bien, este es el telón de fondo que acontece históricamente y en el que está sostenida la película; muros fronterizos, policía secreta, caos, miedo, lealtad, deslealtad y tensión constante, son la atmosfera que respira la historia de Omar, que viene siendo la otra cara de la moneda, la representación del pueblo oprimido que sueña con la libertad, que resiste con estoicismo y que se empeña por seguir construyéndose todos los días a pesar de un entorno enfermo que parece minarlo diariamente y no querer permitírselo. Omar (Adam Bakri) es un joven palestino que ha crecido en medio del rumor cada vez más incisivo de las balas. Junto a su grupo de amigos de la infancia, Amjad (Samer Bisharat), Tarek (Eyad Hourani) y la hermana de este último, Nadia (Leem Lubany), trabajan organizadamente por la resistencia y por la lucha libertaria. Omar se enamora de Nadia, incluso hasta el límite mismo de la renuncia a ese amor que se ha cultivado a la vieja usanza.
Vale la pena destacar en el desarrollo de la cinta la impecabilidad en el manejo de las cámaras que logran pulcramente que el producto fílmico llegue al espectador de una manera limpia y bella.
Abu-Assad parece preocuparse por construir en un mundo que se destruye. Es idílico e incluso hasta el punto de lo inverosímil, el que en un escenario de barbarie se tejan escenas dignas del romanticismo del siglo XVIII, cartas de amor, sensaciones perceptibles en los rostros, y el beso, el único beso dado en el filme como lo más sublime.
Más allá de un conflicto que reconocemos y que nos duele profundamente como habitantes del mundo, Abu-Assad intenta desprender la realidad cruda que vive el pueblo palestino incrustando en su filme un sentir tan ancestral como el hombre mismo. Por 98 minutos sacamos de nuestra sique lo caótico y lo cruel para depositar en ella lo idílico y lo enteramente amoroso en un contexto espacio-temporal contradictorio para tal fin. Lograr una situación de ese estilo es complejo, más aún en el entorno en donde se monta. Como todo arte romántico el final es la renuncia, la negación absoluta a todo aquello con lo que soñamos un día, y por ello, nos vemos también asistiendo a la impotencia recurrente. Estamos internamente acostumbrados a los finales felices, pero en Omar vemos que todo ese imaginario se rompe, y por ello se transforma en un filme demasiado difícil de olvidar. La película es una manifestación de lealtad, de amor contundente y total y de amistad absoluta, una suerte de altruismo paradójico en un país que se desangra a manos de su hermano. Son precisamente los valores y los sentires los que hacen que lo negativo caiga y en el filme se añora notoriamente cómo la traición, lo bajo y lo deshumanizado de un conflicto absurdo definitivamente un día tendrán por fuerza que acabar, que extinguirse. Por lo menos a eso nos aferramos los que como Abu-Assad soñamos con un mundo mejor.
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