Por: Jefferson Echeverría
@JeffersonJl89
Periodista cultural
Tanto en modelo de escritura como en trasfondo social, estas autoras comprobaron una vez más que la violencia en la narrativa también puede acaparar el universo de la literatura juvenil. Por un lado; El ruido del mar al anochecer comprende la triste historia de una mujer que calló durante muchos años el exilio del franquismo y que, a su vez, también coincide con el destierro de su joven bisnieta. Por el otro, El último vuelo de Hortensia, una joven de quince años enfrenta, a través de múltiples y complejas circunstancias, una realidad desconocida producto del desamparo. Durante la conversación, hubo una serie de apreciaciones que permitieron ampliar, no solamente el arduo ejercicio de construcción de estas dos grandes obras, sino también una propuesta distinta de lo que puede llegar a significar el desarraigo en todas sus magnitudes.
Cada intervención de las autoras me remitía a un sinfín de obras que también han expuesto, desde distintos entornos, los despropósitos de la violencia. Pero en esta ocasión pude notar un fundamento excepcional que desprendió en gran manera un objetivo hasta el momento inesperado: reconocer que las mujeres de ambas obras son, en consecuencia, adolescentes quienes están en la obligación de reconstruir sus ruinas interiores a pesar del destierro. La sesión iba acumulando un verdadero sentido en cuanto a significado y a circunstancias. La autora Clara Lucía Pérez, en medio de la lucha por descubrir el secreto familiar, extrajo una serie de situaciones verídicas, que permitieron descubrir y a la vez engrandecer en el joven espíritu de Juliana, una especie de heroísmo fascinante producto de una obsesión por explorar las vertientes de un pasado familiar. En cuanto a la autora Irene Vasco, la verdadera identidad de Hortensia y sus características para el desarrollo de la novela fueron obtenidas gracias al hallazgo de una adolescente anónima quien estaba lastimosamente recluida en una penitenciaría para menores de edad. Ambos secretos finalmente revelados lograron captar la atención de todo el público, principalmente por su iniciativa a la reflexión sobre cómo, de una manera explícita o aparentemente involuntaria, muchos sufrimos un desarraigo.
Pero hubo una aclaración importante que me condujo a manifestarla en este artículo. Ambas autoras coincidieron, de una manera inspiradora, cómo estas dos obras pueden enviar un mensaje significativo a todos los colombianos, en especial a la juventud. Sabemos que el desarraigo se plantea como un modelo de circunstancias crudas donde, generalmente, están involucrados los actores del conflicto, el desplazamiento forzado y el olvido obligatorio de la tierra, cuyas secuelas marcan para siempre en la memoria de quienes lo han soportado con valentía y frustración un destino abrumador y pesimista. No obstante, estas narrativas ubicaron este dilema territorial a un nivel más íntimo; donde muchos, si bien nacemos en una situación a veces favorable o cómoda, padecemos también una pérdida de la identidad que bien puede considerarse como un ejemplo contundente de exilio, donde nuestro rumbo se pierde cada día debido a las banalidades propias de un tiempo vertiginoso e inhumano, donde el olvido de nuestro pasado se cierne continuamente en las más crudas consecuencias, favoreciendo mucho más al placer temporal y logrando en la indiferencia colectiva, una manifestación compleja de extravío cultural.
La invitación a leer El ruido del mar al anochecer y El último vuelo de Hortensia, nos permite confrontar muchas verdades que padecen nuestros jóvenes y que bien pueden situarse en cada adolescente colombiano que, de distintas maneras, soportan el destierro territorial, familiar e interno, cuya única salida siempre será su asombroso sentido de la imaginación; tan despreciado muchas veces por nosotros los adultos aparentemente conscientes de nuestra realidad. Seguramente durante el sonido de estas páginas podrán saciar su sed de reconocimiento interior y exterior o, por el contrario, agudizarán más sus dilemas de identidad tanto personal como cultural.
Pero lo único cierto de todo esto es el rumbo inigualable que asumirán como lectores, transformando en cada espíritu una pasión colectiva y humana a partir de los horrores del destierro.
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