Por: Jahir Camilo Cediel Rincón
Al principio no había nada, entonces el hombre se inventó el mundo con palabras. El principio se caracterizaba por su indeterminación caótica, por su ausencia de orden o sentido, una eterna negación. Llegó un momento en que el tiempo empezó a existir a partir de la palabra, de narraciones y de creencias sobre el todo, de manera que fue el verbo quien salvó al hombre del abismo del caos y el sinsentido. No poder comprobar el origen del universo permitió que distintas narraciones fantásticas hicieran germinar, a su vez, a distintas civilizaciones alrededor del mundo. Quizá los primeros hombres que buscaban el sentido de lo que les rodeaba también se preguntaban por sí mismos, no valdría la pena vivir la vida si no existiera una causa primera que solventara la duda permanente por existir.
A través del libro Mitos y leyendas del mundo, hecho bajo la compilación y adaptación de Fabio Silva Vallejo y de ilustradores de gran renombre histórico como Gustave Doré o Dionisio Baxeras, además de distintas fotografías a obras y grabados de múltiples artistas alrededor del mundo, es conformada esta gran antología de narraciones fantásticas, heroicas y en ocasiones ejemplares que buscaron ese primer origen o que vivieron a partir de él. Esta segunda edición, publicada por Panamericana Editorial, está llena de pequeños grandes detalles que permiten ver al libro como un objeto verdaderamente bello: las ilustraciones sumamente cuidadas y verdaderamente ilustrativas, la simpleza del relato que socava su profundidad interna, la preocupación evidente por mostrar los mitos y leyendas mundiales como patrimonios de la humanidad, etc.
Las antiguas sociedades crearon sus propios dioses, es decir, crearon sus propios códigos para entender y actuar en el mundo, por lo que Ares, Venus o Bochica no solo estaban presentes en el origen, sino también, una vez instaurados, detrás de las conciencias de los pueblos que les fueron fieles. Los dioses habían sido los grandes organizadores del orden moral y social, por lo que dejar de creer en ellos, o desafiarlos, era también pertenecer a la incivilización. El orden civilizado definía lo que estaba bien y lo que estaba mal para los ciudadanos, de allí provendría el bárbaro como contrariedad a las divinidades tutelares. Los ciudadanos no debían ir contra este orden moral y social, porque de ser así, serían desechados como le pasó a Sócrates al final de su vida; los dioses no tendrían este peso a sus espaldas, puesto que eran el origen de todo, podrían ir contra los hombres sin ningún tipo de repercusión, de manera que los mortales vivían su vida a partir de estas implicaciones divinas. En este orden de ideas, Mitos y leyendas del mundo narra distintas historias, bien sea entre dioses y mortales, o entre estos últimos consigo mismos. En el primer sentido, el lector podrá encontrar las consecuencias de la locura inducida por la diosa Hera al mortal Heracles, los celos que despertó la princesa Psique en la diosa Venus o el sacrificio que tuvo que hacer Tabaré, un jefe de origen cuna, por salvar a su pueblo de la furia desbordada del sagrado río. En el segundo sentido, hay historias como la del honor y traición a Carlomagno, de ambición y extraña pericia de un cadí, juez musulmán, o de la tranquila ferocidad de un cíclope de Alaska.
Silva Vallejo muestra que los dioses y hombres del pasado mitológico están en todas partes, desde las constelaciones celestes hasta los bellos narcisos, desde los templos romanos hasta la antigua ciudad de Roma, desde el significativo tabaco hasta el sonido de las nubes o desde la formación de un extraño árbol de panes hasta las sagradas profecías de Merlín. Por ello, la obra permite e invita a todo tipo de lector a que se sumerja en este viaje por el pasado, a esta implicación humana que puede leerse del modo en que se desee.
Me gusta pensar en la historia griega de Eco, una ninfa condenada por Hera a repetir las últimas frases de las personas, un suplicio acústico. Un día Eco se enamoró de Narciso, entonces lo persiguió a través de frondosos bosques. Cuando este la rechazó por su propio reflejo, ella adelgazó tanto que solo quedó el hilo de su voz. De ahí que la ninfa aún viva entre nosotros como un ingenioso fantasma del pasado, un anacronismo diáfano. Creo que el mundo de hoy está conformado por todas esas historias, por todos esos dioses y hombres que han poblado la tierra. En cierto modo, todos somos eco de quienes ya han estado aquí, como ondas que se expanden cada vez más proyectadas por variopintas polifonías. En estos tiempos tan saturados de presente, siempre es bueno volver al pasado para reencontrarnos, hallando nuestro sentido entre las cosas, sabiéndonos parte de un todo que cambia con el eco de la historia.
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