Ese es el esqueleto, el fondo de lo que sucede en Aquellas pequeñas cosas o el chascarrillo de Tío Tombo, la primera novela de Sergio Muñoz, publicada por Panamericana editorial bajo la convocatoria Ópera Prima.
Una novela sobre un policía corrupto suena a algo que ya se ha hecho, al menos en otras formas de ficción. Sobre todo en Colombia, donde la frontera que separa lo ficcional de la realidad es muy estrecha. Uno levanta los ojos de una trama sobre un policía corrupto (y repito, no es redundancia) y por alguna mala decisión empieza a ver las noticias en las que sale algún alto mando a decir, con ese tono de voz que tienen los hombres armados, que la Policía es una institución que tiene la confianza de todos los colombianos, y acto seguido aparece en el mismo noticiero que el comandante Pepito estaba aliado con alias Talito y alias Fulanito de la organización criminal Tal, o que agentes en la ciudad Equis hacían parte de una banda dedicada a este delito y a este otro. Todo muy casual.
Entonces, ¿cómo escribir una novela sobre un policía corrupto sin caer en el lugar común? Muñoz responde a esa pregunta que nadie se había hecho en Aquellas pequeñas cosas o el chascarrillo de Tío Tombo.
Podría decir que la novela es eso, un chascarrillo, un elaborado chiste de 132 páginas en las que uno se ríe con la misma sensación de culpabilidad que provocan los chistes crueles, o aventurar un análisis profundo de la estructura de la novela, con sus referencias literarias a escritores rusos, con los que el Tío Tombo está obsesionado, pero en este punto dejarían botada la reseña o bien por haber dicho una tontería, o por pretencioso.
Además de haber dejado por fuera lo importante. Muñoz logra crear un protagonista que genera una fascinación malsana. Tío Tombo es eso, un tío, como cualquier otro. Machista, tramposo, bebedor. Un reflejo de lo que somos, de nuestra educación, de nuestra cultura. Y es quizás eso lo que atrapa, la cercanía que produce leer a un personaje que dice las cosas que uno ha escuchado decir a personajes reales: tíos, amigos, profesores o conocidos. Tío Tombo es todos ellos, porque es la fiel representación de lo que todos ellos aspiran a ser.
La novela, narrada por el sobrino, transcurre después del retiro de la vida activa del protagonista, que goza de lo que ganó, principalmente por debajo de cuerda, con el uniforme puesto. Y está rodeado de amigos que quieren ser como él. Todo muy real, si uno se detiene a pensar.
Sin bajar el ritmo, el autor cuenta la historia atravesada por las farras en la casa de Tío Tombo, mientras va soltando referencias a los formalistas rusos, así, como quien no quiere la cosa, perdidas entre la pornografía, el trago y los juegos de video y construye pasajes memorables, como el de la confesión de Tío Tombo ante un sacerdote, uno de los mejores monólogos de toda la novela.
Aquellas pequeñas cosas o el chascarrillo de Tío Tombo es, ante todo, una novela disruptiva. La escritura de Sergio Muñoz renuncia al pretendido virtuosismo para darle espacio a un lenguaje abierto y sencillo para contar una historia que se va leyendo con un entusiasmo similar al que provocan los primeros tragos en una fiesta cualquiera.
Sergio Muñoz escribe por fuera del molde y precisamente por eso logra torcerle el cuello a la trama de una novela sobre un policía corrupto. Algún crítico se escandalizará por el lenguaje de calle y cotidiano, porque siempre hay y habrá quien crea que la literatura le pertenece a una élite privilegiada y que no puede haber nada por fuera de sus fórmulas inventadas y mil veces aplicadas. Pero este libro no es para ellos. “No escribo para cualquier marica”, dice el narrador al inicio de un capítulo. Pero creo que el que lo dice, en realidad, es Sergio.
Añadir nuevo comentario