Pablo está atrapado en un laberinto oscuro por la muerte de Gabriel, su hijo. Irene busca desesperadamente que su voz lo guíe a la salida, convencida de que el amor basta. Así emprenden un viaje desde su casa en la Sabana, con la vegetación de invierto eterno y su aire helado, a la costa, allá donde el mar es una masa infinita que lo abarca todo, para buscar respuestas.
Allí descubren un mundo sombrío de calles destapadas y barrios subnormales, gobernados por una violencia que, desde el centro, siempre se percibe lejana pero que allí, bajo los árboles que soportan el sol abrasivo, ocurre a la vista de todos. Un pueblo a merced de la explotación petrolera y de las economías ilegales que surgen a su alrededor va soltando a cuenta gotas las respuestas que Irene busca para Pablo y que este, en un viaje que parece no tener retorno a su propio silencio, no quiere encontrar. En cambio, divaga en los recuerdos felices con su hijo, escenas fugaces y distantes que a veces dan la impresión de ser un invento, mientras Irene va comprendiendo que no hay amor que pueda salvar a quien ya se ha resignado a la condena.
Así, la posibilidad del regreso, aquel recorrido para retornar al hogar tras el viaje que emancipa, empieza a perder sentido y a revelar que, a lo mejor, la vida de antes tampoco lo tenía.
Y en el trasfondo de la historia de Irene y Pablo está ocurriendo una sociedad, un país, que sobrevive entre migajas, cortes de luz y falta de acceso a agua potable mientras los grupos ilegales son autoridad, verdugo y modelo a seguir.
Andrea Mejía es capaz de embellecer las pequeñas escenas (la de la hierba que crece entre los bloques de cemento, la de un niño mudo flotando en una piscina, la de un sapo oculto en un lavadero), cosas que para muchos otros podrían pasar inadvertidas, dándole relevancia a los detalles sin perder jamás el hilo de la trama. “Antes de que el mar cierre los caminos” es ante todo un paisaje de 216 páginas.
Esta novela ofrece una experiencia de lectura profunda e íntima en la que somos testigos de un hombre que se desvanece en sí mismo y una mujer que sabe que si suelta su mano, este se perderá para siempre y se aferra a ella por una forma del amor demasiado parecida al amparo: Irene es un hogar que resiste todas las tormentas.
Trazar un paralelo entre este relato y tantas historias reales y cotidianas que ocurren a diario en silencio no es difícil y, quizás, permite hacerse preguntas cómo hasta qué punto vale la pena ser el refugio de otra persona o en si existe un punto en el que vale la pena soltar un vínculo con quien no anhela el afecto ni ofrece reciprocidad.
Un gran trabajo sin duda de su autora, que tiene una potente y auténtica voz que atrapa y conmueve en cada escena y en cada diálogo.
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