Aterricé en el aeropuerto de Maiquetía, un sábado de julio de 1999, en horas de la mañana. Aunque ya había vivido en Venezuela aquella vez iba muerto de miedo. Tenía 27 años y abandonaba Colombia luego de que la Fiscalía determinara que era demasiado peligroso para mi continuar viviendo en mi patria. Para fortuna mía contaba con el respaldo del noticiero en el que trabajaba y el de su Director. El único camino que me quedó fue el exilio, el mismo que tomamos cientos de miles de colombianos víctimas de la violencia.
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