Suele suceder que mientras escribimos algo, y me refiero a los que escribimos el mundo, y sobre todo a los que, como yo, nada los sacia, llega un momento en que se nos acaban las palabras y, poco después, las letras para luego, y en ocasiones para siempre, quedar sumidos en una especie de fango silencioso, un universo derretido alrededor de nosotros y que no deja que nos movamos a gusto.
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