Una madre acude a una farmacia para que le entreguen los purgantes que el médico le ha recetado para sus hijos de diez y siete años. La dependiente de la farmacia le entrega dos cajitas, tal como ella lo espera, las mete en su bolso y se va para su casa. Al llegar a casa, de esas cajas saca dos frascos y le da uno a cada uno de sus hijos para que beban todo el contenido, como lo ordenó el médico. Los niños lo hacen y les da sueño. Se van a dormir. No despiertan. Jamás despiertan. Aún duermen y dormirán por toda la eternidad, al menos en lo que respecta a este tiempo y a este espacio.
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