Razonar con un uribista reta todos los límites de la paciencia. El fanatismo con el que asumen la defensa de su líder, convertido en una deidad por cuenta de su séquito de lacayos que le cree todo irreflexivamente y lo defienden como se defienden los dogmas, ha degradado el debate sobre este personaje a un nivel pírrico, tanto, que la discusión se torna tan insensata e improductiva como las discusiones sobre religión cuando se reafirman las creencias con vehemencia y sin argumentos, solo porque son creencias.
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