Vivir no es una obligación. Si me quisiera suicidar en este momento, sería tan sencillo como pasar el cinturón que me sostiene el pantalón alrededor de mi cuello, buscar un eje de suspensión alto que me permitiera sujetar el extremo libre de la correa con fuerza, y perder cualquier punto de apoyo para mis pies o manos hasta que me mate la falta de aire o hasta que la espina dorsal se desprenda del cerebro. Nadie lo podría evitar, quizás, al cabo de unas horas, alguien extrañaría mi presencia y quizás, al cabo de unas horas más, encontrarían mi cuerpo contorsionado con el rostro fruncido y la lengua muy, muy salida.
Leer más...