Antes de comenzar, aquí está la música que he usado para vivir y escribir estos días, sírvase su bebida caliente o espirituosa favorita y dele play a estas 63 canciones que me llevaron hasta los 36.
https://open.spotify.com/playlist/64DcuJ0iHEZd5qKbdnR4mV?si=Sz7z0VYJRzunYM3eJfnHwQ
A veces sueño con luces blancas. Es horrible. Parece que las recojo en el día y me persiguen en sueños que, en mi caso, son muy escasos.
No es una historia como tal, solo estallan ante mis ojos abriéndolos dentro del sueño, introducen una falsa vigilia y no puedo hacer nada, simplemente pasan como las luces de los carros dentro de un túnel, pasan arrasando todo, dejando atrás el zumbido desesperado que las persigue, así como los rayos que caen lejos en una tormenta: una explosión silenciosa, retrasada.
Los recuerdos no tienen que ser verosímiles, con que sean auténticos es suficiente. Se alimentan de la nostalgia y del sentir. No son hechos verificables en secuencia lógica y pragmática, son una emoción enmarcada en un momento histórico.
No importa si el día que me dejaste llovía o hacía sol, por ejemplo, igual yo quedé helada, con frío, con la ausencia de tu cuerpo caliente a mi lado cada noche, como la condena que viven las flores cuando se cortan. Seca, marchita, sola, niebla.
Yo tenía los ojos abiertos y aún así no pude ver nada, no recuerdo qué hora era, solo recuerdo que morí y hoy no sé si fue por un segundo o sigo muerta sin saberlo, como Bruce Willis en Sexto sentido.
(Lee la primera parte de Adviento aquí)
Ser una flor que no está de acuerdo con su paisaje.
A veces se levanta un olor a maple que no sé de dónde viene, quizás de la memoria que viene a salvarme del letargo de la rutina. Maple y manzanas es un olor que traigo del norte, como lo poco que era bello en esos momentos en los que la vida se me había ido en manos de otro al que ni siquiera quise. El olor de septiembre en Michigan, del molino de manzanas, las donas de azúcar y canela, del viento que comienza a enfriarse. Quizás aparece como un presagio, una alarma de que todo puede volver a salirse de control, pero es dulce, no me da miedo, quizás sea solo una advertencia de lo que ya fui y no quiero volver a ser.
Me gusta mucho decir te amo, te quiero, lo digo todo el tiempo, creo que es una especie de reivindicación de un momento en que amé mucho a alguien y no se lo dije.
Tengo una gata, mueca, chiquita, vivió en la calle, seguramente comió basura y pasó mucho frío mientras sobrevivía al mundo y llegaba a mi vida.
Ahora la miro dormir tranquila y le digo que la amo, así como hacemos todos los que vivimos solos, hablando a la nada, con una misma, con las plantas y declarando todos los sentimientos bonitos para que no reboten en el eco de la casa sola.
Mi tía no lo sabe, pero le dio conciencia a mi mundo interior el día que me dijo que podíamos rezarle al Ángel de la Guarda mentalmente cada noche.
Mi mayor miedo es morirme antes de tiempo.
¿Antes de qué? No lo sé muy bien, pero siento que antes de agotar la vida, las ganas, antes del último amanecer, antes de volver a oler a mi gata, antes de escribir esas cosas que me paso soñando entre las horas en las que trabajo para alguien que no soy yo.
Mi miedo, tal vez, es que digan que me faltaron cosas, que por fin lo estaba haciendo bien, no sé. Prefiero que digan siquiera que se murió, ya estábamos hartos de que gastara tanta vida con sus colmillos de loca, que los tenía hartos, muriéndo de envidia por no poder alcanzarme.
No me dejen morir antes de tiempo, denme la oportunidad de saturar los días, de fastidiarlos una vez más, para que me dejen tranquila y pueda ver el último amanecer en silencio.
Salté del balcón del segundo piso con el morral de flores fucsia en la espalda y nunca volví a mirar atrás.
Me consiguió helado vegano y yo lo use para delinear todo su cuerpo.
¿Han intentado desnudar a un hombre con una cuchara?
Trazar los caminos que voy haciendo
Implica un devenir
Estar en movimiento
Odio no encontrar,
en esta casa tan grande,
los libros que dije iba a leer.
Detesto sentirme la otra
cuando soy la original
Y la otra es el traje que me pongo para el mundo
No tienes permiso de canibalizar mi orden
Nadie te invito a gobernar tras la puerta de lo íntimo.
Tirana, actriz de reparto en la vida de los demás.
Mi inventario busca ser justo, ser la base de un recuerdo agradecido por lo que fuimos, dejando el espacio de nuestra casa para que allí se construyan otras casas con otros nombres. Ahora pienso en todas las canciones que nos regalamos que decían casa en sus letras... en tantos idiomas.
Cuando mi abuela Aura se murió, encontramos ropa nueva guardada, perfumes sin usar y no recuerdo haber comido nunca en la vajilla fina para la visita. En fin, mi abuela murió esperando el momento para darle vida a todas esas cosas.
No quiero que te desvistas despacio, pero sufro por cada momento que me pierdo cuando parpadeo.
Nunca tendré una novela completa, porque solo sé hacer las partes del sufrimiento y por eso lo único que me sale es una pila de lamentos.
Quisiera besarte pero últimamente me va tan bien con lo platónico que no sé si al hacerlo dañe la idea que tengo de tus labios sobre los míos.
No escribí nada porque estaba viviendo y comiendo torta.
Qué delicia es jugar sudoku. Podría gastarme un día entero jugando, pensando, borrando números, contando.
Falta un siete, aquí se cruza con este dos y me bloquea el cuatro, qué pasa si pongo este cinco aquí.
Ahora uso una aplicación en el celular, pero hace años salí con alguien que me regaló un par de revistitas.
Amo ese papel periódico todo frágil por el que se esparce la tinta de los cuadros mientras borras un error.
La intención original era llenar el sudoku juntos, echados en la cama, mi cama, seguramente después del sexo, pero eso no es posible. Mi cama es mía y también odio compartir sudokus, crucigramas o sopas de letras.
Las sopas de letras son mi otra debilidad, pero el avión acaba de aterrizar, así que esta entrada muere ahí.
Una mujer como yo necesita ser dueña del papel en el que pierde el tiempo. El otro día leí que había “dizque diarios compartidos”, qué ridiculez, para eso son las cartas. Maduren.
Ah. Hoy es mi cumpleaños, también el de Kafka. Hoy cumplo 36 años, Kafka murió de cuarenta.
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