Y, aunque sé que esa fue la primera vez, no sé cuándo fue, porque lo mío, a lo mejor porque nací con una gran inclinación hacia el absurdo, no es mirar los relojes o los calendarios. Y fue justo ese desapego de las mediciones del tiempo lo que, sin saber cuándo o cómo, me hizo perder el miedo la primera vez. Desde entonces supe que, así como el tiempo es una voz que no se cansa de susurrarnos al oído cosas que no queremos que nos diga, su ausencia es, a su modo, una voz que elige no decirnos lo que no queremos oír.
Siempre que viene al ruedo aquel evento tengo que hacer el inventario, y aquí me disculpo por enumerar, pero no he hallado otra manera de hacerlo, de las personas que he sido. Pero, como ya saben quienes me han escuchado en otra oportunidad, no voy a mencionar los tantos que he sido, ni las tantas cosas a las que me he dedicado, sino que hablaré de manera aleatoria de ello, y, como siempre, para que las siguientes entradas a mis espectáculos se vendan, quedarán algunas por contar, contaré algunas nuevas y, por supuesto, para que el dinero de esta entrada no se convierta en humo, inventaré alguna en la marcha sin decirles cuál es. He visto morir a alguien en mis brazos, pero he sido capaz de que alguien sonría sin motivo aparente antes de irse a maltratar a otro, porque también he sido maltratador y he abusado de mi poder, mi conocimiento y mi fuerza, cuando creí que tenía el mundo en mis manos y que tanto él como sus habitantes me debían algo, porque poco antes se me había quitado uno de mis progenitores sin explicación satisfactoria, por lo que le perdí por completo el miedo a la muerte y la reté en varias oportunidades de forma tan decidida que al día de hoy todavía no me lleva, a lo mejor esperando que yo pague por haberle dado poca importancia a la vida en algún momento, o para que se la tenga que dar en mi vejez, pero de eso no voy a hablar, porque una cosa es recordar algo que no pasó, a lo que, en nuestra defensa, quienes escribimos el mundo le llamamos inventar, y otra muy distinta imaginar algo que todavía no sucede, que bien podría ser literatura, pero eso no lo decidimos quienes damos el primer paso sino quienes dan el último.
Para aquellas personas que se lo preguntaron desde mis primeras palabras, y que ya dejaron de prestarme atención cuando se dieron cuenta de que soy peor que ellas, tengo que confesar que la última vez que perdí el miedo fue la primera, sí, como ya casi todos adivinaron, porque la última vez es la primera, pero sin miedo. Y para la única persona que falta por responderse la pregunta de cuál miedo fue el que perdí le resumo todo en una cosa: lo que a ese algo adentro de mí le causaba la valentía.
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