Repasar las heridas, el camino que nos llevó a ellas, que nos hizo llevarlas en la piel y saber que, en ese tránsito, también hemos clavado puñales: hemos estado rotos y a la vez hemos sido la razón por la que otros lo han estado.
Confrontarse es aprender a hacerse preguntas incómodas y hacerse cargo de las respuestas. Repetirse que no por haber sido heridos podemos causar heridas a otros.
De eso se trata todo esto, del repaso, de revivir también los dolores que hemos causado y volver una causa el repararlos, de no alertar las armas con quienes abandonan sus escudos para estar a nuestro lado, a quienes nos reciben desprovistos de defensas. Se trata de ser recíprocos, de ser auténticos, de ser hogares para quienes son refugio en medio de un camino lleno de trampas.
No se puede seguir caminando sin antes reparar las grietas, sin limpiar las ventanas turbias, sin abrir las puertas para espantar las sombras, sin convencerse de que ese reparar, ese limpiar, ese abrir, son gestos de amor, de que las palabras sin compromiso son polvo y de que el amor sin voluntad no pasa de ser una puesta en escena. El amor es voluntad.
Voluntad de permanecer, de insistir, de cuidar, de construir desde el silencio, porque a veces el silencio repara o de hacer las palabras actos para darles peso, para que no sean esporas al viento. Voluntad de mirar a los ojos y reconocer las heridas del otro.
Voluntad de seguir caminando, de abrir senderos entre el monte, porque se hace camino al andar, como dice la canción, y porque solo así sabemos lo que viene después de lo que duele, de lo que deja marca, después de lo que no se puede ni se debe olvidar: que somos herida y somos puñal, que somos sendero y a veces piedra, que somos, en fin, humanos, demasiado humanos.
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