Dom, 09/05/2021 - 10:55

Cuando podemos decir que ya somos algo que nunca seremos

Varias décadas han pasado ya desde que supe que era escritor, pero, eso sí, menos tiempo desde que lo soy, o por lo menos desde que ejerzo el oficio como convicción y como única forma de vida.

Pero sin importar cuánto tiempo sea, siempre, como ahora mismo, y aunque haya hecho esto de pararme a hablar de algo y terminar con otro algo un centenar de veces, me descubro en el primer instante de mi vida, dando un primer paso. Lo que me hace alguien tan afortunado como lo es un recién nacido o, y que valga la oportunidad para decir que si tienen preguntas por lo que voy a decir las pueden hacer en silencio, un recién muerto.

He venido aquí jadeando, y me disculpo nuevamente, aunque si viniera recién bañado también parecería un loco, porque me perseguía alguien que afirmó de forma vehemente que yo le había salvado la vida con algo que yo había escrito hace casi veinte años. Cayó de golpe en la mesa en la que yo desayunaba solo y, a grito herido, me felicitó a la vez que me agradeció, por lo que fuimos despedidos del restaurante en menos de lo que canta un gallo. Traté de calmar a ese alguien para que, al menos, pudiera contarme bien su historia y tomarme el tiempo de darle lo que necesitara, pero me resultó imposible, nada hizo que esa persona respirara y me dejara hacer algo diferente a intentar no ser engullido por ella. Por lo que tuve que entrar aquí antes de tiempo para intentar perder a ese alguien, o, no lo sé ahora, intentar que ese alguien me perdiera, y decir todo lo que estoy diciendo, aunque a destiempo. De paso, le agradezco a la persona que amablemente me cedió su turno para que yo pudiera hacer lo que hago ahora mismo, y, lo más importante, que no le importara que intercambiáramos de público, al fin y al cabo, lo que importa no es lo que decimos sino a quién. Y es, en efecto, lo que me importa ahora mismo, que le estoy hablando a un montón de niños que no saben de qué les hablo, pero que, sin lugar a dudas, me entienden. Así como sucede en la literatura, y en los mismos libros, que, de la nada, brota un alguien que no sabíamos que existía, para decirnos que nos ha estado buscando a nosotros desde el principio de los tiempos para algo que, en primera instancia, no nos importa, porque nada que no hayamos querido nos interesa más que algo que le interesa a otro. Así como sucede cuando jugamos con un niño desconocido, que, en un pestañeo, nos convertimos en amigos, aunque no haya motivos.

Muy bien por el niño que se está preguntando, mientras juega con los restos de su desayuno, que cómo es eso de que soy un escritor hace más tiempo del que soy escritor. Y le respondería, pero, primero, para qué interrumpir un juego tan antiguo como la comida, y segundo, para qué decirle a alguien que ya es sabio desde antes de que sepa que es sabio. Las preguntas, como las respuestas, y el resto de las cosas, si es que hay resto, se inventaron para que supiéramos que son un descubrimiento, pero no todavía.

Añadir nuevo comentario

CAPTCHA
Esta pregunta es para comprobar si usted es un visitante humano y prevenir envíos de spam automatizado.