Me refiero a que en el momento justo en que pensamos que han pasado, quizás, un par de minutos, de pronto, nos damos cuenta de que ha pasado una pandemia entera y han sido, al menos, dos años. O cuando pensamos que hemos tenido tiempo suficiente junto a una persona, o hemos pasado mucho tiempo en algún lugar y volteamos a ver el reloj y, apenas, han pasado cinco minutos.
Así de inexplicable, así de maleable e imposible, si queremos, es el tiempo. Sobre él vengo a hablarles, porque hace una semana, que tenía que estar aquí con ustedes, no pude hacerlo, porque cuando abrí los ojos en la mañana, algo, digamos alguien, o llamémoslo, eso, me transportó a un lugar en donde iban a inyectarme una nueva dosis de la vacuna contra el Covid. Todo parecía ir normalmente, era una cita cualquiera, en un lugar cualquiera, para recibir algo en mi cuerpo y después asistir a mis obligaciones, o continuar con mis eventos de rutina, pero la cosa se complicó, porque, mientras esperaba, mi teléfono móvil se descargó, las personas que me estaban acompañando tuvieron que irse y se retrasó el proceso administrativo y médico de la vacuna, por lo que me tardé casi todo un día y, además, luego del proceso químico que produce la vacuna en los cuerpos, dejé de ser persona por, al menos, un par de días. El caso es que, cuando me di cuenta, justamente dos días después, cuando estaba esperando que alguien me dijera o me hablara, como suele suceder semanalmente, sobre esta conversación que tengo con ustedes, noté que no había estado aquí, y que no le había hablado a nadie, que había estado en silencio casi tres días, que había estado en un proceso de soñolencia demasiadas horas y, cuando desperté, como diría Monterroso, el dinosaurio, que en este caso es la ausencia de todos ustedes, debido a la mía, todavía estaba allí.
Sí, sé que todas las personas aquí presentes están pensando que el tiempo es eso que sucede, aunque no nos demos cuenta cuándo o cómo, y que, casi siempre, sucede de otra forma a como lo creemos, pensamos o trabajamos. Es por eso que, justo ahora, en este instante, podrán haber pasado en sus vidas quizás un par de minutos, no lo sé, y, en la mía, según yo, solamente ha pasado una semana y no dos, aunque nos veamos y nos sintamos normales. Y, justo ahora, quiero que nos preguntemos quiénes somos nosotros para medir el tiempo y, sobre todo, y perdónenme si lo he hecho o lo llego a hacer, medir o hacer algo con el tiempo de los demás. Ya está bien de invadir y colonizar a los otros. Creo que cada quien, desde su orilla, podría ser turista, podría ser anfitrión y, sobre todo, podría ser quién no juzga el tiempo de los demás. Pero, como soy un romántico, a lo mejor, estoy equivocado, y ojalá, porque, como con el tiempo, es mejor estar equivocado que creer que se tiene la razón.
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