Sin embargo, la convocatoria de Armero no se ha discutido por su pobre nivel futbolístico sino por su mal comportamiento. Concretamente, por haber agredido a su esposa en mayo de 2016 en algún hotel de Miami. Lo que trascendió en los medios es que Armero maltrató a su esposa con violencia física y le cortó las extensiones del cabello porque ella no quiso acceder a tener relaciones sexuales con él. Él estaba ebrio. Por el escándalo, los vecinos llamaron a la policía y Armero fue arrestado, obligado a pagar una fianza y se le aplicó una medida de restricción para acercarse a su esposa. Este episodio es reprochable desde todo punto de vista. La violencia física de un hombre contra una mujer siempre será condenable, debe generar repudio social y el victimario debe recibir, por supuesto, todas las críticas que corresponden, además de las sanciones legales a que haya lugar.
Contrario a lo que se espera en estos casos, la esposa de Armero decidió perdonarlo y continuar su vida de pareja con él. Armero no se ha distinguido por ser un esposo ejemplar. Al parecer su afición por las prostitutas, el trago y la vida desordenada son constantes en su forma de ser y actuar. No conozco mucho de la vida de Armero, salvo que su segundo nombre es “Estifer” y que su carrera futbolística ahora está en declive. Sé que es un personaje público porque es futbolista, jugador de la Selección Colombia y muy popular. Su vida privada me importa poco, y si bien creo que cometió un acto reprochable contra su esposa que merece la censura y el rechazo social, también creo que por más público que sea como personaje tiene derecho a una vida privada. Él y su esposa.
No estoy a favor de las agresiones contra las mujeres y me entristece tener que aclarar una vez más eso antes de sentar mi posición, porque se me ha acusado incluso de “legitimar” la violencia contra la mujer: A Pablo Armero lo perdonó su esposa. Ese es el único perdón y la única condena que representa algo contra sus acciones como padre y esposo. Ahora las militantes de las luchas feministas se creen con el derecho de meterse en las sábanas y en la intimidad de las parejas para enarbolar sus banderas universales, totalitarias e infalibles de la moral pública y privada. Está bien que defiendan sus causas justas. Eso nadie lo discute. Pero nada les da derecho a cuestionar, criticar o soslayar la decisión de perdonar de la mujer que ha compartido la vida con él y que es la mamá de sus hijos. Los problemas de pareja son de dos y solo de dos. También sus soluciones y acuerdos derivados de su convivencia en la cotidianidad. El hecho de que una persona sea pública no hace que el Estado, las ideologías o los movimientos se puedan meter arbitrariamente en la forma como las personas resuelven los conflictos de su vida privada. Su esposa lo perdonó. Eso no la hace menos mujer ni menos valiente. No se deben meter a las sábanas de las personas y mucho menos en la intimidad de sus conflictos y soluciones. Sus banderas no les da ese derecho. Hasta allá no.
Soy consciente de que el maltrato contra la mujer es condenable desde todo punto de vista y que en general debe ser considerado un problema de salud pública, seguridad y bienestar. Sin embargo, creo que no se deben estandarizar las acciones para combatir este flagelo con base en protocolos preestablecidos y tampoco creo que todos los conflictos familiares de estas características deban ser tramitados y resueltos siempre por el Estado o por terceros, con la idea de que la causa es superior a las personas. Solo hay dos personas que conocen en realidad la relación de pareja de Pablo Armero. Él y su esposa. Y en general, solo hay dos personas que conocen la relación de cada pareja. Las parejas. Por eso considero que si la pareja decide, como es su derecho, limitar la intromisión de terceros a su vida privada, su cotidianidad y su convivencia, lo que conocemos como “intimidad”, ésta debe ser respetada, protegida y valorada.
He notado en las redes sociales el linchamiento virtual contra Armero, lo que me parece natural ante su mal proceder. Pero también he visto los reproches que le hacen a su esposa por perdonarlo a lo que siguen todo tipo de suposiciones. Qué prefiere estar con Armero por el dinero y que por ello no tiene dignidad, que si lo perdona debe estar dispuesta a soportar más maltratos, vejámenes y golpes porque tácitamente, con ese perdón, se lo está permitiendo e incluso, que a pesar del perdón de su esposa, Armero debería estar pagando su falta en una cárcel. No. Ese espacio de la pareja no es jurisdicción de nadie más. Si Armero cometió un delito debe asumir el castigo penal que corresponde. Pero si su actuación no pasa de ser un altercado que no cumple con los mínimos para ser tipificado como tal, no hay tercero que debe intervenir para obligarlos a resolver sus problemas de tal o cual manera.
La superioridad moral del feminismo ha llegado a las sábanas de los famosos. Sus impecables parámetros de comportamiento y ese deber ser del comportamiento humano, llevado a principios universales, están deshumanizando el carácter conflictivo de las relaciones interpersonales y están convirtiendo el espacio íntimo de la pareja en un espacio vigilado al que todos, la opinión pública y el Estado, tienen acceso sin restricciones. Y eso no debe ser así.
Armero merece una sanción social y moral por su comportamiento. Pero de ahí a condenar el perdón de su esposa y el derecho que tienen a seguir su relación de pareja por fuera de los reflectores, hay mucho trecho. Es fácil vivir la vida de los demás y solucionar los problemas de los otros. Pero la vida sin cámaras alrededor es otra cosa. Cuántas veces nosotros mismos no hemos tenido comportamientos reprochables que han quedado en el olvido simplemente porque no hay medios haciéndole eco a nuestras vidas y porque alguien tuvo la gallardía de perdonarnos. Qué sería de nuestras vidas si viviéramos bajo los parámetros de terceros que no conocen nuestras necesidades, nuestros sentimientos, nuestros dolores y nuestros pensamientos. Las personas famosas también tienen derecho a una vida privada y el perdón también hace parte de la vida.
Ahora, creo firmemente que la Federación Colombiana de Fútbol debe una tomar posición oficial frente al maltrato contra la mujer y también que dentro de sus parámetros éticos debe imponer sanciones taxativas a los maltratadores de mujeres que estén inmersos en el mundo del fútbol. Ese es un mensaje simbólico poderoso para un deporte que se caracteriza por ser tremendamente machista. Pero no porque sea Pablo Armero, sino porque se debe sancionar todo tipo de violencia contra la mujer, más a la hora de seleccionar los jugadores que nos van a representar en el mundo. Pero este es otro asunto que merece otro espacio.
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