Que hoy se nos diga reiteradamente que “los datos son el petróleo del Siglo XXI” nos ubica en un acertijo lleno de incertidumbre. ¿Por qué es que tendrán tal nivel de valor e importancia? ¿Qué es lo que se hace con ellos?
Uno puede sospechar que hay una suerte de Gran Hermano, o una mano invisible que está haciendo un no sé qué con la información que captura de cada uno de nosotros, pero además no sabemos cómo obtienen nuestros datos, ni donde termina nuestra información privada; de repente, estamos bombardeados de ofertas de productos por todas las redes, que pareciera, los estuviéramos pidiendo a la medida. Los más osados terminan incluso llamando para ofrecernos productos o servicios sin decirnos con claridad, de dónde sacaron nuestro número.
Este dilema sobre la privacidad y la seguridad de la información es mucho más evidente cuando se está de frente a las estrategias comerciales y de marketing de las empresas privadas -que parece que siempre estuvieran escuchando lo que hablamos en privado-. Sin embargo, son innumerables los escándalos en política y en gobiernos de todo el mundo, sobre manejo indebido de los datos de los ciudadanos.
Basta recordar el escándalo de Cambridge Analytica, en donde hubo una fuga de datos de millones de usuarios de Facebook, filtrados a favor de la campaña de Donald Trump.
Sin embargo, desde otra orilla, es claro que el correcto uso de datos tiene un grandísimo potencial, por ejemplo de cara a la lucha contra la corrupción. En nuestro continente el procesamiento de grandes volúmenes de datos permitió que en su momento se destaparan los Panama Papers y los escándalos Odebrecht.
Con las luces y las sombras que pueden derivarse del valor de los datos, en nuestra ciudad sigue habiendo falta de claridad de cara a qué se hace con nuestra valiosa información, dónde se almacena, si está a salvo de manos inescrupulosas o no.
Esa ausencia de transparencia genera miedos incalculables en las personas. Este miedo se traduce en desconfianza y aleja cada vez más a la gente de poder brindar información, que como es bien sabido, podría ser muy valiosa por ejemplo para optimizar procesos y dar un paso para convertir a Bogotá en una ciudad inteligente.
Esto porque en la teoría, una ciudad inteligente es posible cuando los ciudadanos brindan información precisa (datos) sobre los problemas que tiene, y esta es procesada y analizada para tomar acciones. Para que esto sea posible en una ciudad como Bogotá, tenemos por obligación recuperar la confianza de la ciudadanía. Son ellos quienes nos proveerán de información para el bien común. Como toda tecnología o herramienta, inclusive si pensamos en el cuchillo o en un martillo, esta puede ser usada para bien o para mal, así que es importante que fundemos las bases para que esta herramienta se utilice para bien.
Con condiciones así, gracias a los datos, los tomadores de decisiones públicas en Bogotá tendrían una herramienta de altísimo valor para ponerlos al servicio de políticas públicas eficaces, que ayuden a mejorar la calidad de vida y satisfagan las necesidades de los ciudadanos.
En otras palabras, es necesario dejar de ver a las entidades públicas como un “coco” que está tras nuestra información con fines erróneos y poco éticos, pero esto solo se logrará a través de reglas de juego claras. Tenemos la solución en nuestras manos, la Bogotá del mañana necesita optar por proteger la información de los ciudadanos y aprovecharla de la mejor forma posible. Para esto, es necesario recopilarlos de manera clara, analizarlos y encontrar las mejores soluciones para todos quienes habitan la ciudad.
Sólo a través de iniciativas basadas en la honestidad y la ética se podrán establecer las relaciones de confianza suficientes para que las personas tengan motivaciones suficientes para tomar decisiones de política pública, esto sin mencionar la importancia de ir evidenciando los resultados tangibles que se supone, se derivan de la modernización de lo público
El futuro de las políticas públicas está en los datos y de su aprovechamiento responsable depende en gran sentido que le demos la bienvenida a una Bogotá inteligente y amable con sus habitantes.
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