Dom, 02/26/2023 - 09:16

El secreto para estar es ser el lugar donde estemos

Esto de estar en el mundo, como cuando se está en la imaginación de los demás, o en los recuerdos de los que ya no están, y que vaya a saber quién sabe quién en dónde están, se parece a ser una cosa.

Y hablo de cualquier cosa, una cualquiera, la que se les ocurra, la que tenga más cerca, la que más les guste, la que más usen o, por qué no, esa que detestan y está justo frente a ustedes, o a su lado, o detrás, o encima, o debajo y que no pueden deshacerse de ella por la razón que sea. Lo digo porque, como ustedes, y como todos los que ustedes recuerdan e imaginan, hoy estoy en el mundo y no tengo gran elección, apenas si me entero a diario de que, otra vez, estoy en el mundo.

Y es justo de esto que vine a hablar hoy, de las veces en las que nos encontramos en el mundo, pero no porque lo elegimos o porque lo quisimos, sino porque nuestra especie es obediente, aunque no lo quiera reconocer. Obedecemos a la luz, al calor, al sonido, a lo que late, y tras esto, y gracias a esto, también, es que hemos recorrido millones de kilómetros a lo largo del mundo y hemos pasado por una infinidad de dificultades y problemas para convertirnos en lo que somos hoy, y para, de alguna manera, estar en el mundo, aunque parezcamos cosas. Porque, como a cualquiera, a veces, aunque esté, no puedo estar completamente, y, por supuesto, algunas veces sin estar he estado ahí, e incluso estaré por siempre ahí, en donde no estoy ni estaré. Puntualmente, me refiero a un viejo amigo que me contactó a un correo electrónico muy antiguo para decirme que me agradecía por ser su amigo.

El mensaje era corto, conciso, y hasta específico, no decía mucho más ni pretendía decir mucho más, pero como ya lo imaginarán, lo decía todo. No me tomé el trabajo de responder aquel mensaje, porque, primero, no recuerdo quién es ni de dónde nos conocemos, ni por qué soy su amigo, ni siquiera por qué me da las gracias, y, segundo, porque estaba seguro en ese momento de que si lo respondía iba a estropear ese gran momento en el que alguien abre su corazón frente a otro y está expuesto como si estuviera muerto. Pero la verdadera motivación que tuve para no responder ese correo fue que su remitente era alguien llamado como yo me llamo, y apellidado como yo me apellido.

Sí, también pienso lo mismo que están pensando todos ustedes en este instante, y lo pensé durante un buen rato luego de leer aquel mensaje, pero no quise ir más allá, porque, fuera quien fuera, y se tratara de quien se tratara, o fuera con la tecnología que hubiera sido hecho aquel mensaje, me estaba mandando diciendo algo aún más profundo que un agradecimiento, que ya, por sí mismo, es insondable, me estaba diciendo que yo, en algún lugar estaba existiendo para mí, que me encontraba en algún lugar siendo aquel lugar.

 

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