Sáb, 09/16/2017 - 09:59

Entre el Sí y el No

En la atmósfera o clima de las opiniones de quienes siguen de cerca el proceso político, se encuentra inmerso el SÍ y el NO, para el grueso de politiqueros de oficio y otros rancios lastres de la sociedad.

Estos dos vocablos que dichos a tiempo o en fuera de lugar tienen gran significancia, bien podían encontrase beneficios o errores de acuerdo al punto de vista individual o colectivo que por justa causa generaría el desvanecimiento o reforzamiento de una polarización conceptual. Es simpático y hasta curioso que en el fragor de los escenarios hablados, escritos o audiovisuales de los dos bandos, surjan epítetos y señalamientos que en nada contribuyen a la paz del país con la guerra simétrica más antigua del mundo, ahora llevada con ideas, no ideales, a las próximas elecciones para cuerpos colegiados y presidencia de la República.

Dicen los aspirantes a la reinserción a través de los acuerdos de La Habana, FARC, que son insensibles  los que desabrochadamente desconocen sus sufrimientos en la manigua expuestos a los rigores de fieras, víboras, picaduras de zancudos y enfermedades tratando de hacerle un bien a la nación. Con lo anterior, nadie podría extraerse de un madrazo, hilaridad o simplemente alborotar la bilirrubina.

A otro perro con ese hueso, no nos crean tan ingenuos o de testículos cebú, es salido de los cabellos semejante afirmación más aún cuando el documento presentado ante la ONU para buscar el apoyo internacional, y sus sapos, batracios de alta malaleche,  cuyo desorden en la redacción con sus contenidos parecen de básica primaria contienen sus deseos absurdos como abusivos ante la impávida mirada de quienes hemos leído el mismo.

Todo fue hecho con el deseo en una sola dirección, evocando el sentimiento de camaradas ya consumidos por la parca pero que dejaron una doctrina que llaman socialista-comunista y que solo son contradicciones en el contexto de realidades absolutas. Así hablé, antes de la firma de la paz, y vuelvo a decirlo hoy en pleno septiembre que de amor o amistad se trasladó a hambrientos deseos de poder como guerra verbal, mera kinésica, que diluye esperanzas y confunde electores.

El quizás, quizás de un invidente, el no me acuerdo del de la boína, o el cual perdón, no me arrepiento de nada, son cosas de la guerra,  hasta humillantes sonrisas con burlas al garete, dejan un amargo sabor, pasado  por agridulce, entre los colombianos.

Sí, son muchos los compatriotas que han sufrido los rigores de la confrontación armada, el secuestro, el desplazamiento, las amenazas, carros bomba, tomas guerrilleras, ajusticiamientos, violación de los DDHH, reclutamiento de menores, violaciones, abortos y tantos otros desaforos amparados en estamos en guerra.

Cualquiera, con dos dedos de frente, puede colegir que esta agrupación perdió la razón de la protesta cuando hicieron de las armas su más cercano aliado, del narcotráfico su productivo hijo y de tantos actuares banales como mortales una amenaza diabólica satanizada por sus odios viscerales contra todo lo que existe a su alrededor. Estoy hablando de un grupo terrorista cuya lección fue matémonos entre nosotros mismos. 

Llegamos al punto de que si un alzado en armas mataba un soldado de la patria, estábamos en guerra, pero si era al contrario se suscitaba la polémica. Nos cogieron tanta ventaja que la pregunta sin respuesta sigue siendo cómo una minoría de absurdos puso en jaque a un país, el mismo que debe, al todo vale por la paz, elegir o rechazar en las próximas contiendas electorales.

Más de medio siglo viendo correr sangre de nuestros inocentes campesinos, funerales colectivos, parcelas hurtadas, miles de hectáreas anegadas de maldad, niños raptados, huérfanos, viudas, viudos, familias atomizadas y tantos otros vejámenes nos invitan a la reflexión si esta guerra valió la pena. NO y siempre NO, todos han sido responsables de este holocausto criollo donde los partidos en otrora pusieron su parte, los inconformes de hoy la suya,  siendo menester que con el cese de  las hostilidades entre compatriotas, vivamos en una sociedad en paz para una generación que no entiende aún tan descomunal matanza.

Que mueran los odios, que cese el fuego, que llegue el perdón y que sea el pueblo en su razón, a la máxima potencia, quien decida si estas monjas de la caridad deben seguir en las curules que les serán otorgadas al amparo de la voluntad de una negociación. SÍ y siempre SÍ es menester una Colombia donde fluya leche y miel.

 

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