Dom, 07/23/2023 - 10:20

Escritores así

Hay escritores como usted, con libros y libros que llevan su nombre, con cientos de artículos firmados, entrevistas y charlas, a quienes nadie cuestiona y están convencidos de su propia voz, de su autoridad validada por otros escritores, casi siempre señores de pelo cano y cigarrillo entre los dedos que han creado una hermandad basada en los elogios mutuos donde nadie entra o sale sin su visto bueno y desde donde evalúan, juzgan y dictaminan quién merece ser leído y quién no.

Escritores así, empecinados en señalar a quienes cuestionan sus métodos para encumbrarse, para hacerse más visibles y estar en todos los estantes, en todas las librerías, en todos los espacios. Escritores así, tan convencidos de sí mismos.

Capaces de poner en duda la valía de otras luchas que no sean las suyas, sentados en su posición, diciendo sin sonrojarse “que todos esos, que todas esas, nos convenzan con su obra”, como si hubiera que convencer a alguien de la persecución, la violencia y el odio que se vuelve puñal o bala atravesando la carne.

Como si todas las luchas tuvieran que volverse obra, cuando para muchos, para muchas, sobrevivir es precisamente lucha. Como si tantas voces no bastaran por sí mismas y estuvieran esperando a que su pluma redentora se animara a contarlas, a honrarlas con la lucidez de sus palabras. 

O como si el aplauso de su club de aduladores mutuos les hubiera dado la potestad sobre la palabra, sobre lo que se escribe, sobre lo que puede contarse. Como si todo ocurriera en sus aulas, en sus artículos de prensa y en sus libros y en ninguna otra parte.

Escritores así, que creen que todo tiene que pasar por su aprobación. Que algo es literatura, obra o lucha si y solo si ellos lo aprueban. 

Escritores que creen que la palabra les pertenece, que son faros que guían a navegantes intrépidos que no sabrían a dónde ir sin esa voz definitiva, esa voz mandato, esa voz manual, decálogo y brújula. Revolucionarios sin otra causa que ellos mismos.

Señores que escriben desde la ceguera del pedestal, ese lugar desde el que enuncian que son la inmensa minoría, seres iluminados por encima de todos los mortales. Escritores de estudio, silla de cuero y escritorio de roble, que se pierden entre sus ficciones con todas las facturas pagas y la despensa llena y que miran con desprecio a los que rasguñan horas de su esclavitud para contar sus historias.

Qué se les puede decir a escritores así. A escritores que cuando dejan de estar en todos los espacios para hablar de ellos y de sus obras se desgarran la voz para denunciar que están siendo invisibilizados, que la corrección política los está condenando al olvido.

Qué decirle a un escritor así, tan convencido de merecer un monumento, aun cuando el destino de todo monumento es ser derribado. 

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