Me levantaba rápido, me bañaba y me ponía el uniforme del Colegio Tolimense, antes de que mi mamá se fuera sin mi. A las 5:10 de la mañana, partía hacia La Voz del Tolima, la emisora más tradicional de Ibagué, ciudad colombiana en la que nací. Ella era Gerente de Ventas de la emisora, pero también tenía un programa diario que se llamaba “Hablemos del Agro”, alimentado con los conocimientos de mi padre, Carlos Alfonso Aguiar Tello, un curtido agricultor y experto en las labores del campo colombiano.
Mi primer privilegio, en esas madrugadas, era conducir el campero blanco que tenía mi mamá y en el que nos desplazábamos hacia el centro de Ibagué, en la calle 12. Al llegar subíamos a la cabina desde la que ella transmitía. Mi segundo placer era enfrentar, con timidez, los micrófonos de La Voz del Tolima. Fue el inicio de un camino largo, lleno de dificultades, pero bendecido con oportunidades.
Tenía catorce años, tan solo 14 años, cuando descubrí que el resto de mi vida quería ser periodista. Con el tiempo tuve experiencias y conocí personas que reafirmaron la que parecía la idea loca de un adolescente que se caracterizaba más por su rebeldía e indisciplina que por otra cosa.
Más tarde, a los 18, conocí a José Iván Aguilar, un reconocido reportero de radio en Villavicencio, oriente de Colombia, y con él y varios periodistas viajamos a Carimagua, un centro de investigaciones agropecuarias en medio de la nada en los llanos de mi país. Al llegar fuimos recibidos con modelos de protocolo, una generosa copa de aguardiente Llanero y un grupo musical de la región. Yo, que era buena vida como pocos, al ver el recibimiento me prometí ser periodista para siempre.
La radio siguió siendo fundamental en mi trayecto, tanto que cuando estudiaba en la Universidad de Manizales, una noche, borracho, lloré sobre el hombre de Adalberto Zuluaga, mi profesor de locución, porque no encontraba mi camino para ser periodista. Él, tan generoso como exigente, dueño de la voz radial más hermosa que ha dado el Eje Cafetero colombiano, me dijo que algún día yo sentaría cabeza y entendería que con responsabilidad el periodismo haría que mis compañeros y mi familia se sintieran orgullosos de mi. Tenía 22 años.
Poco tiempo después el periodismo de television me embistió tan fuerte que todavía me tiene atrapado. Finalmente soy el periodista que tanto le repetí a quienes se cruzararon en mi camino a pesar de que mi papá al comienzo no estuvo de acuerdo con esa elección. Él quería que yo fuera arquitecto, pero creo que ya se resignó.
Hace unos meses cumplí 47 años y sigo disfrutando la magia de la television como si fuera el primer día en que junto a Otto Neustadtl estuve grabando en el hipódromo de Caracas. Él era Corresponsal de CBS Telenoticias y yo era su Productor. Jamás he olvidado que esa tarde pensé que yo comenzaría la historia, que el escribía, con la imagen de los caballos corriendo en manada y yo diciendo: “Cual centauros en batalla: galopan…”.
Estos recuerdos se agolparon en mi mente esta mañana cuando venía al trabajo y escuché que para la Unesco hoy es el Dia Mundial de la Radio. Me emocioné mucho porque una vez más, después de tantos años, me dirigía hacia una cabina de radio como lo he estado haciendo las últimas tres semanas. Una vez más esos micrófonos me dieron la oportunidad, esta vez de la mano de Carlos Azcárate, quien me invitó a acompañarlo en el proyecto que lidera en TUDN Radio, y Andreína Gandica, quien me permite hacer parte de su programa cada mañana.
Son dos horas diarias en las que recuerdo mis épocas de adolescente cuando jugaba a ser periodista. ¿Podré ser más feliz? Imposible, sigo en la televisión y estoy de regreso en la radio, el medio en el que comencé. Ahora, con la resonsabilidad que sabiamente me recomendó Adalberto en mi juventud, sigo jugando a ser periodista mientras disfruto cada segundo de mi vida.
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