Dom, 10/30/2022 - 09:15

Habrá que querer hacer lo que debemos de hacer

De nada sirve que hagamos lo que tenemos que hacer si no sentimos lo que tenemos que sentir, y, cuando hablo de lo que tenemos que hacer, me refiero a lo que tenemos que sentir.

Y digo que no sirve de nada, porque, al fin y al cabo, todos hacemos lo que tenemos que hacer, en cuanto a las obligaciones o a los oficios o a las labores o a las profesiones, pero, y aquí el punto central de lo que vine a decir, casi nadie hace lo que siente, lo que, muy adentro de sí, su corazón le dice que debe hacer. Y, claro, es bastante difícil saber qué quiere el corazón, porque su lenguaje no es como el del cerebro, que, aun equivocándose, intenta hablar en el idioma de los otros.

Y, ahora sí entrando en materia, decía todo esto, porque anoche en una celebración de la publicación de uno de mis libros se me acercó una gitana a decirme que había notado que en mis manos había una línea que no correspondía con lo que yo debería de estar viviendo. Tratando de escucharla con atención, y de aguantar un poco las ganas de sonreír, porque todo lo que no puedo explicar me causa una pequeña sonrisa, le di mi mano para que ella pudiera ver, leer, adivinar, inventar o imaginar, una de las cosas que más me gusta que la gente haga es que imagine. Ella, concentrada en las líneas curvas que van y vienen, y que se bifurcan a lo largo y ancho de mi mano, con su gesto sorprendido, y ejerciendo a veces presión en la mano o en la muñeca, negaba con la cabeza, como si estuviera conversando con algún ser del otro mundo que le está diciendo cosas que ya no quiere oír. Al notar esto, ejercí uno de mis principales oficios, que es hacerme el idiota, para que ella pudiera seguir en lo que estaba, tranquila y concentrada, sobre todo, porque, luego de eso, tenía algo para decir. Y, en efecto, tras pasar un rato en sus pensamientos, en su imaginario, o en lo que ella dijo que era mi energía mística, me dijo que yo tenía que hacer lo que tenía que hacer y no lo que quería hacer.

En ese momento creí entenderle y no la detuve mientras se perdía entre la muchedumbre, pero, luego de un rato, luego de la celebración, luego del silencio y de la soledad de la madrugada, estuve pensando qué será lo que tengo que hacer que no es lo que quiero hacer. Y, por supuesto, porque soy un ávido consumidor de respuestas, pasé horas enteras pensando, imaginando, suponiendo y divagando, pero no encontré la respuesta hasta que, casi a punto de dormirme, me dije que todo lo que yo quiera hacer es, en realidad, lo que deba hacer, y, por tanto, que si hago lo que tenga que hacer será porque hago lo que quiera hacer.

Así que sí, personas que se encuentran en este instante oyéndome y viéndome, y personas que me verán y me leerán desde el futuro, vine a manifestar mi agradecimiento por tener el privilegio de hacer lo que quiero hacer. Espero que, como la gran mayoría de privilegiados, con mi querer no hiera, no rompa a los que no pueden hacerlo, y que, si lo hago, al menos yo también me vaya un poco roto, para que luego, al curarme, pueda curar un poco a quien lo necesite.

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