Nacida en Portugal, hija de un fígaro pobretón que atravesó la mar, Carmen es hoy por hoy el principal producto de exportación del Brasil. El café viene después.
Esta petisa zafada tiene poca voz y la poca que tiene desafina, pero ella canta con las caderas y las manos y con los guiños de sus ojos, y con eso le sobra. Ella es la mejor pagada de Hollywood, posee diez casas y ocho pozos de petróleo.
Pero la empresa Fox se niega a renovarle el contrato. El senador Joseph McCarthy la ha denunciado por obscena, porque durante una filmación un fotógrafo delató intolerables desnudeces bajo su falda volandera. Y la prensa ha revelado que ya en su mas tierna infancia, Carmen había recitado ante el rey Alberto de Bélgica, acompañando los versos con descarados meneos y caídas de ojos que provocaron escándalo a las monjas y al monarca prolongado insomnio.
(Eduardo Galeano, El siglo del Viento, Siglo Veintiuno Editores, 2016)
Bogotá, vísperas. 1948
En la plácida Bogotá, morada de frailes, juristas, políticos e introvertidos, el general Marshal se reúne con los cancilleres de los países latinoamericanos.
El hombre que sembró de billetes la devastada Europa trae otras consignas como parece indicarlo John McCloy, gerente del Banco Mundial quien advierte:
- Lo lamento, señores, pero no he traído mi libreta de cheques
Sin parpadear aguantan el discurserío que arrecia de muchos delegados ansiosos de vender gobiernos que se dicen democráticos.
Ante la Novena Conferencia Panamericana los doctores liberales anuncian que "traerán la paz a Colombia como la diosa Palas Atenea hizo brotar el olivo en las de colinas Atenas”, y los conservadores en el poder prometen” arrancar al sol fuerzas inéditas y prender con el oscuro fuego que es entraña del globo la tímida lamparilla votiva del tenebrario que se enciende en vísperas de la traición en las noches de tinieblas”.
Fuera de los salones la realidad existe: En los campos colombianos liberales y conservadores libran a tiros una guerra, los políticos ponen las palabras y los campesinos los muertos. La violencia ya está llegando a Bogotá: en la corrida de toros del último domingo, la multitud desesperada se ha lanzado a la arena y ha roto en pedazos un pobre toro que se negaba a embestir.
El país político, dice Jorge Eliécer Gaitán, nada tiene que ver con el país nacional.
Este hombre convoca multitudes, de todas partes acuden a escucharlo, a escucharse, los andrajosos echando remo a través de la selva y metiendo espuela por los caminos. Dicen que cuando Gaitán habla se rompe la niebla en Bogotá y entre Monserrate y Guadalupe, San Pedro para la oreja, y no permite que caiga la lluvia.
El altivo caudillo, enjuto rostro de estatua, denuncia a la oligarquía y al ventrílocuo imperialista que la tiene sentada en sus rodillas, sin vida ni palabra propia, y anuncia la Reforma Agraria y otras verdades que pondrán fin a tan larga mentira.
Si no lo matan, será Presidente. Comprarlo no se puede. ¿A que tentación podría ceder este hombre que come poco, bebe nada y no acepta anestesia ni para sacarse una muela?
(Arturo Alape, El Bogotazo, Memorias del olvido, Bogotá, Pluma, 1983)
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