Dom, 12/16/2018 - 11:17
Mujer con boina y vestido de cuadros, Pablo Picasso. 1937.

Imperfectos

En algún momento de nuestra vida nos hablaron de lo perfecto y nos dieron de comer y de beber y de leer de la perfección en los anuncios y en los libros que hicieron escribir y las canciones que mandaron componer hasta inculcarla, imponerla y adoctrinarnos en la perfeccíón.

En algún momento de la vida nos hablaron de la perfección y su perfección eran sus códigos, sus manuales para alcanzarla: la perfección física, la perfección mental, la perfección económica, la perfección intelectual, la perfección sentimental, y con todas ellas, una maraña de perfecciones inventadas para moldear y doblegar, vinieron sus productos: sus bebidas adelgazantes, sus libros de instrucciones para ser perfectamente felices, sus sistemas bancarios para ser perfectamente millonarios, sus contratos y bendiciones para amar, como si los afectos se negociaran en papeles. 

Y ellos, que inventaron la perfección y sus métodos, la convitieron en regla y luego se inventaron premios y medallas para entregarles a los que obedecieron, a los que callaron y se dejaron convencer de que la felicidad y la vida y el amor perfectos eran una virtud y no un producto del que hablaban en los periódicos, la radio, la televisión y en vitrinas que mostraban a modelos que se ajustaban a esa norma con letreros que decían "usted también puede ser perfecto, pregunte cómo", y el cómo eran y siguen siendo sus moldes con sus procedimientos para ajustarse a ellos, porque de eso se trataba y de eso se trata: de moldear mentes, cuerpos, vidas, espíritus, pensamientos, comportamientos, costumbres. Entonces la perfección inventada e impuesta por ellos se volvió algo por lo que se perseguía e incluso se mataba, como dice una canción: "mundo moderno y su perfección, perfecta máquina de destrucción", y así, parados frente al espejo, nos preguntamos alguna vez qué nos faltaría para ser perfectos. 

Nos impusieron la perfección con límites imposibles para doblegarnos y tenernos encerrados, preguntándonos qué haría falta consumir, qué manual faltaría leer o qué instrucción habría que seguir para ser perfectos como ellos decían, pero la perfección no importaba y no importa, porque lo que importaba y lo que importa es crear, echar por el suelo sus manuales y desfigurar su sistema. Lo que importaba era ser imperfectos y vivir al margen. Ser imperfectos para crear y escribir sin las reglas, sin lo impuesto, sin las fórmulas para escribir libros que vendan y componer canciones que agraden para poder sonar en sus radios y estar en sus estanterías. Ser imperfectos para librarnos del arte perfecto y quedarnos con el arte incorrecto que es el que incomoda y transgrede y por ende transforma.  

Nos hablaron de la perfección y esa perfección era mentira porque era su verdad, una verdad acomodada, prefabricada, con preceptos avalados por estándares internacionales que terminarían siendo rankings y  más excusas para vender su perfección, así como en la canción: "todo está tan bien controlado, todo está tan bien legislado, todo está tan bien etiquetado". Nos hablaron de la perfección y sus premios y de la conveniencia de ser obedientes, perfectamente obedientes,  y nos queda, o al menos a mí me queda, deconstruirla, lanzarle piedras y volverla añicos para escribir y crear y resistir sin la obligación de buscar su perfecta bendición que diga: eres escritor. 
 

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