Lun, 04/03/2017 - 14:06

Irse

Las fronteras no son más que límites mentales consolidados por las élites tradicionales que quisieron darle a sus dominios el significado de “Patria” a nivel sentimental y “Estado-Nación” a nivel legal para poder someter dócilmente a sus súbditos, dándoles sentido de pertenencia. Saramago en “Las intermitencias de la muerte” hace alusión de la siguiente manera “…la frontera, esa línea que sólo en los mapas es visible…”. Y es verdad. Salvo las locuras de los extremistas xenófobos que están gobernando naciones llenas de miedo, decorando sus fronteras con muros, las fronteras no existen más que en la mente.

Sin embargo, está tan arraigado el concepto en todas las culturas contemporáneas que es incontrovertible la certeza de que los países existen y que están delimitados por fronteras. Por eso cruzar una frontera sin permiso es un crimen y esas líneas que parecían imaginarias se han convertido en límites reales protegidos con las armas de las fuerzas militares en donde el paradigma “Patria” se enaltece con lemas tan desquisiados y falaces como “Patria o muerte”. Es algo así como una locura colectiva legalizada y legitimada por la fuerza del poder, una mentira que todos nos creímos y que además hacemos respetar con nuestra propia vida. Las guerras así lo confirman.

Por eso es importante acudir a la razón y a la capacidad de trascendencia para ser superiores al paradigma del momento y cambiarlo en nuestra mente al menos para nuestro propio bienestar, para nuestra propia realización, para ganarnos ese derecho inalienable de ser ciudadanos del mundo, de este planeta Tierra que es nuestra casa, la única que tenemos y la única que nos pertenece. Entonces hay que aprender a jugar el juego del paradigma para ganarle al mito y comprender que no hay más Patria que nuestros zapatos, que no hay más Nación que donde nos sintamos bien y que no hay más Estado que el que nos obliga a creer que la Patria y la Nación existen como una imposición insuperable.

Por eso debemos aprender a irnos. Nacer en un país no es más que un accidente del destino y sin siquiera saberlo ni consentirlo, nos obligan a tener una nacionalidad, que además es un atributo de la personalidad, como si naturalmente viniéramos con ella. Pero ya que la nacionalidad existe y debemos asumirla, no podemos vivir amarrados a esas líneas imaginarias que nos limitan y nos atan. Debemos aprender a irnos. Debemos aprender a desprendernos. Debemos aprender a volar como las aves migratorias que no paran en cada frontera sellando pasaportes para recorrer el mundo en las estaciones. Debemos hacer de la nacionalidad parte de nuestra riqueza cultural pero no el ancla de nuestros sueños ni el grillete de nuestra libertad.

Y aprender a irnos es reconocer que el mundo es mucho más amplio y diverso que lo que habita a nuestro alrededor y que por lo tanto, debemos ampliar nuestra mente, nuestro corazón y nuestra alma para que nos quepa cada cultura con su riqueza y su pobreza en la mochila de nuestras experiencias. Esto implica aprender otros idiomas, conocer otras culturas, sentarse horas frente a los mapas y los libros de historia para comprender que ser ciudadano del mundo es compartir con distintas ideologías, cosmogonías, hábitos y costumbres esa hermosa aventura de compartir un planeta que en conjunto es superior a todos sus países.

Aprender a irnos es tener las maletas listas y aprovechar las oportunidades que se presenten. Vida se escribe con la misma “v” de viajar y entre más se viaja más se vive. Por eso es importante evitar los arraigos, salir de la parroquia y dejar las cargas pesadas que nos limitan en tiempo y espacio.

No me opongo al sentimiento por la Patria ni soslayo el significado que tiene para algunas personas. Yo prefiero no sentir esa pasión porque me quita energía para sentimientos que para mí son más tangibles, reales y profundos como el amor que le tengo a mis hijos. Sin embargo, considero que la Patria no puede ser el hogar de nuestros odios, el refugio de nuestros temores ni la cárcel de nuestros pensamientos. La Patria debe ser un lugar para potenciar el mundo a nuestro alrededor. Un espacio que como nos pertenece debemos abrir para otros con amor y generosidad, como abriríamos nuestra propia casa a esas personas que nos necesitan. Por eso aprender a irse es aprender a conocer lo distinto y lo parecido, lo que odiamos y lo que amamos, con lo que nos identificamos y con lo que definitivamente no comulgamos. Pero hay que salir y untarse del mundo para poder juzgarlo con las sensaciones de nuestros cinco sentidos. Al mundo tenemos que verlo, olerlo, degustarlo, escucharlo y palparlo. No es suficiente con que nos lo cuenten o con lo que los medios nos dejan ver. Tenemos que vivirlo.

Por eso siento que irse es la mejor manera de encontrarse. Solo somos nosotros mismos ante los retos de lo desconocido, ante el carácter que se prueba en la adversidad, ante la relación que tenemos con los otros, en donde encontramos esa humanidad tan esquiva porque nos hemos convencido de que nuestra vida solo tiene sentido dentro de unas fronteras que en realidad no existen.

Por eso mi llamado es para que se vayan sin temor. Acá los estará esperando quien los deba esperar y mantendrá contacto con ustedes quien quiera hacerlo. Es decir, además, irse es el mejor filtro de los afectos genuinos.

El mundo es su país, la raza humana es su nacionalidad y Patria es cada centímetro de este planeta que toquen sus sentidos. Váyanse sin pensarlo, sin amarres ni complejos. La felicidad es esquiva pero hay que buscarla con las herramientas que tenemos a nuestro alcance, con nuestro cuerpo y los medios de transporte que nuestra inteligencia ha creado para llegar más lejos más rápido. Buen viaje camaradas. Sean conscientes de que después de sellado el pasaporte a la entrada y a la salida, el mundo es suyo. Y si no los dejan entrar, ellos se lo pierden. No saben cuántas de sus historias van a extrañar que ustedes saben contar sobre esos sitios a donde si pudieron llegar.

Irse. La vida es una eterna huída de la calma, de la quietud y de la tribulación. Por eso nos vamos. Por eso nos movemos. Para eso vivimos.

 

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