Mientras tanto, acosados por el hambre, abrumados por la geografía, el Che y su gente da vueltas por los matorrales del río Ñamcahuazú. Ni un solo campesino o minero se ha incorporado a la pequeña tropa del Che Guevara que va disminuyendo de emboscada en emboscada. El Che no flaquea y tampoco se pliega a la idea de abandonar a los heridos salvando al grupo. Por orden del Che caminan todos al ritmo de los que menos pueden: sus 17 hombres serán todos salvados o perdidos.
Perdidos, 1.800 soldados dirigidos por rangers les pisan la sombra, el cerco se estrecha mas los radares de la National Segurity Agencia y un par de soplones delatan la ubicación exacta.
Al Che Guevara la metralla le rompe las piernas. Sentado, sigue peleando hasta que le vuelan el fusil de las manos.
Los soldados disputan a manotazos la cantimplora, el reloj, el cinturón, la pipa y varios oficiales lo interrogan uno tras otro. El Che calla y mana sangre. El contralmirante Ugarteche, osado lobo de tierra, jefe de la marina de un país sin mar, lo insulta y lo amenaza. El Che le escupe la cara.
Desde La Paz llega la orden de liquidar al prisionero . Una ráfaga lo acribilla. El Che muere de bala. A traición antes de cumplir 40 años, exactamente a la edad en que murieron Zapata y Sandino. Ninguno de ellos pidió nada nunca.
En donde fue asesinado hay un monumento de culto que crece con los años. Los mineros y los campesinos dicen que el Che hace milagros.
El retrato del Che Guevara, con sus ojos que acusan y una sonrisa melancólica, saltó de una pileta de ropa, a presidir manifestaciones en todo el mundo, como bandera, con las de Jesucristo y Mao Tsé Tung, está en millones de muros y en miles de millones de boinas y camisetas.
Y en las mentes de todo el mundo, en unas con amor y admiración y en otras con odio y temor.
(Rubén Vázquez Díaz, Bolivia a la hora del Che, México, Siglo XX, 1968)
HOUSTON, ALÍ. 1967
Lo llamaron Cassius Clay: se llama Muhammad Ali, por nombre elegido.
Lo hicieron cristiano: se hace musulmán por elegida fe.
Lo obligaron a defenderse: pega como nadie, feroz y veloz, pies ágiles, manos demoledoras, indestructible dueño de la corona mundial.
Le dijeron que un buen boxeador deja la pelea para el ring : él dice que el verdadero ring es el otro, donde un negro triunfante pelea por los negros vencidos, por los que comen sobras en las cocinas.
Le aconsejaron discreción: desde entonces grita.
Le intervinieron el teléfono: desde entonces grita también por el teléfono.
Le pusieron uniforme para enviarlo a la guerra de Vietnam: se saca el uniforme y grita que no va, porque no tiene nada contra los vietnamitas, que nada malo le han hecho a él ni a ningún otro negro norteamericano.
Le quitaron el título mundial, le prohibieron boxear, lo condenaron a cárcel y multa: gritando agradece estos elogios a su dignidad humana.
(The greatest: my own story, Nueva York, Random, 1975)
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