El ciclo retorna nuevamente a su inicio con el año nuevo. Y con este, la esperanza. Está ahí. Colectiva y casi oculta en el corazón de cada persona habitante del planeta. La pandemia por coronavirus Covid-19 unió a la gente. Hizo visibles las inequidades pero hermanó a los pueblos del planeta alrededor de la supervivencia.
Independientemente de los gobiernos nacionales y de las decisiones económicas de los laboratorios, fuera de control por parte de una empobrecida económicamente Organización Mundial de la Salud (OMS), la gente del común como usted querido lector y querida lectora, o como yo, queremos reducir la incertidumbre. Disminuir la certeza de que la pandemia tiende al infinito.
Es inconcebible que no haya un Fondo Mundial que financie las investigaciones en favor de la especie humana para garantizar una distribución gratuita y universal de la vacuna. Y que gobiernos y laboratorios se trencen en prácticas de capitalismo salvaje cuando se habla de vidas humanas.
Tampoco es loable que a la fecha, casi un año después del inicio de la pandemia en el mundo, las políticas públicas de los países no orienten a la sociedad hacia mejores prácticas bioseguras y a reducir las inequidades que evidenció la cuarentena obligatoria. Empleo formal, ingresos suficientes, seguridad alimentaria, transporte bioseguro, salud para todos y prevención del contagio como premisas vitales.
La oportunidad de transición que les ofreció la pandemia a los gobiernos no trascendió hacia los tratados internacionales, evidenció las fronteras de los países, mostró lo poco preparados que estamos todos para afrontar estos desafíos de la salud pública y los problemas sociales.
Adicionalmente, puso a los países, ciudadanos y gobiernos en una dinámica de sálvese quien pueda. Una ley de la selva que se amolda perfectamente a la necesidad de supervivencia pero que con las posibilidades de la tecnología y la comunicación de hoy solo dejan ver que avanzamos en esos campos pero no en humanismo. Aún falta mucho para que nos cobije a todos una filosofía de cuidado mutuo, social y colectivo antes que individual.
Dejar atrás el año 2020 significa, sin embargo, que todos alimentamos la esperanza de un futuro y un mañana mejor. Tal vez retornando al mundo que teníamos antes de la pandemia porque es el que conocemos. Pero también pensando en las lecciones que nos deja el virus de transmisión mundial.
Si como sociedades lográramos materializar en la práctica cotidiana los aprendizajes de la pandemia, sería suficiente para construir una nueva realidad, que hoy es desconocida para todos.
Caminamos juntos en esa búsqueda.
Es como un éxodo. Lleno de esperanza. Y que nos une.
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