Dom, 07/24/2022 - 10:56

Las frutas no siempre vienen de los árboles, aunque sean árboles

La mente, como recipiente, es una de las cosas que más se asemeja al mar, o, al menos, eso es a lo que más se me parece, porque cada tanto me llegan botellas vacías con mensajes adentro.

Ya sé que se están preguntando cómo funcionan los mensajes transparentes, o las botellas vacías llenas de mensajes, pero de eso hablaremos luego, si lo olvido, o me hago el olvidado, por favor, recuérdenmelo. Por ahora, hablemos de la mente, de eso que está adentro de ustedes, pero, y aunque no lo quieran, también adentro de lo que creen que son los demás, que, querámoslo o no, son otra cosa: lo que somos nosotros. Porque, de lo que vine a hablar, como siempre, resulta ser otra cosa, aunque, como todo, tiene que ver con la mente, lo suficiente como para darle esa categoría. Sucedió que, mientras escribía una frase, una simple frase de unas pocas palabras, menos de diez, calculo, se me vino a la cabeza, no la idea, sino la resolución de una novela entera utilizando esas mismas casi diez palabras. Y la usé, la publiqué y la vendí, y se leyó, como se han leído las novelas más largas de la historia, no las más leídas, que valga aclarar. Pero, más allá de eso, que no depende de nada que esté en mis manos, lo que llamó mi atención fue que en tan poco cupiera tanto, como si habláramos de un átomo, que lo contiene todo, incluido el universo mismo, o del universo, para ir un poco más allá, que es el componente de algo que hoy no sabemos lo que es. Y, sin dudarlo, me dispuse, en modo cazador, a husmear en toda mi biblioteca, y luego en la de los vecinos, y así, hasta llegar a la biblioteca Nacional, en búsqueda de las obras cortas más extensas de la literatura universal. Y, lo mejor de todo, fue que resultó ser una tarea, en honor a su motivo, tal vez, extensísima en su significado y profundidad, pero breve en su ejecución. Y lo mejor de todo fue al lugar adonde llegué a leer, en apenas cinco palabras, la explicación a todo eso: todo está en la mente. Por lo que concluí, entonces, y de nuevo, porque no es la primera vez, que lo que contamos no es lo que contamos, sino lo que el otro, el que lee, escucha o ve, completa, o termina de hacer, para que eso que dijimos o hicimos sea de verdad y, por fin, cumpla alguno de los tantos objetivos que tuvo cuando, de la nada, se le ocurrió a alguien, digamos, en menos de diez palabras.

Ah, por cierto, no me he olvidado de que íbamos a averiguar cómo es eso de los lectores de mentes, cómo se les ocurre, porque, de hecho, es lo que acabo de hacer, justo eso, y lo que me la paso haciendo desde que tengo memoria, sin saber cómo ni para para qué, o por qué, porque las grandes preguntas de la vida, y del mundo, no suelen tener respuestas que nos satisfagan, pero, al menos, y en eso sí que son superiores, en cuanto a las respuestas de toda la vida, tiene alguna que termina por convencernos de que sabemos algo.

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