La depresión y la ansiedad caminan por nuestra sociedad como terribles tornados que no dejan indemnes a nadie con quien se cruzan. La salud mental, por fin empieza a verse como otra asignatura que tenemos pendiente con nosotros mismos. Que acabara siendo como ir al oftalmólogo para revisar la vista, sería una clara demostración que como sociedad hemos avanzado en inteligencia emocional.
Vemos a las personas que asisten a terapia como aquellos que tienen un problema, cuando en realidad son aquellos que se están ocupando de su problema. Personas con la suficiente valentía sobre ellos mismos, como para verse, reconocerse y tratarse. Héroes de una sociedad que los victimiza por preocuparse de su salud no solo física.
Lo emocional y psicológico, se trata de puntillas como si fuera algo que todos tuviéramos que tener “normal” por obligación.
Me pregunto si los actuales adultos podríamos haber sido mejores si nuestros padres y maestros hubieran invertido el mismo tiempo en nuestra educación general como en la emocional. Se olvidaron de hablarnos de sexo con franqueza, nuestros sentimientos quedaron en el olvido y nos componemos en un mundo que nos estresa, entristece y en ocasiones agobia tanto que nos da pavor. El coctel perfecto para crear monstruos que devoran los sentimientos ajenos, en una rueda de comer y ser comido que hace que todos dañemos porque tenemos heridas infringidas por otros.
Suena agotador, es agotador. La existencia presente nos absorbe como un agujero negro tan absolutamente denso que ni nos damos cuenta de que somos atraídos hacia él.
Nosotros que hemos sufrido de esos errores, deberíamos dejar de expandirlos. Normalicemos educar sexualmente, pero también emocionalmente, porque ello llevaría a exterminar violencias como la machista o la racista.
Dejemos de preocuparnos tanto por el conocimiento y ayudemos a preservarnos, antes de perdernos en un mundo que es atroz, porque las personas que lo habitan, lo son.
Recuerdo cuando con ocho años vi una película tan hermosa que me marcó tanto la vida, que no lo supe hasta hace poco. “Carta de una desconocida” de Max Ophuls se acercó por casualidad a mi yo de ocho años, quizás siete. Me pilló desprevenida, y sin darme cuenta definió lo que yo iba a entender por enamoramiento, fijando mi futuro sin saberlo, comprendiendo que el amor tenía un cariz de sacrificio y silencio, de cobardía sufrimiento, que tarde lograr comprender que no tenía por qué ser así. El tiempo, la madurez, las experiencias, me hicieron ver que muchas de las nociones que tenía emocionales estaban basadas en fantasías ajenas, fue justamente entonces cuando por un momento añoré lo que pude ser. Eché de menos todo lo que pudimos ser, si nos hubieran enseñado a manejar nuestras emociones.
Añadir nuevo comentario