En ocasiones no logramos percibir un momento particular que vive nuestra pareja, una situación especial que la tiene muy sensible, y desde esa inconsciencia nos aproximamos en plan juguetón, quizá con una broma que otras veces ha sido motivo de risa o ha dado paso a un rato de diversión, y nos estalla en la cara su respuesta desapacible. ¡Qué sorpresa!
Por supuesto, lo que ocurre con la pareja sucede también con cualquiera otra persona. Un compañero de trabajo que ayer estaba haciendo bromas hoy nos responde agresivo, un hermano nos rapa de las manos algo que otras veces nos prestaba de buen grado… en fin, en cualquier momento puede aparecer la ruptura de la armonía tan deseada.
También ocurre de este lado. A veces somos nosotros los que respondemos bruscamente cuando otra persona se aproxima cordial.
Como sea, el diálogo que se intentó desde cualquiera de las partes resulta interrumpido, o alterado en su modo inicial; lo que empezó como un juego o un cariño puede terminar en una pelea que deje heridas que duren por años. ¿Qué hacer para evitarlo?
Como tantas veces hemos dicho, la única posibilidad de mejora sobre la que tenemos control es sobre nuestras propias conductas. Sólo podemos cambiar las situaciones desde nuestra propia armonía, desde nuestra propia capacidad de adaptación a la situación que nos presenta la otra persona, y eso requiere entrenamiento emocional para controlar el modo como respondemos a los demás.
Cada vez que interactuamos con otra persona estamos expuestos a un desencuentro, a un riesgo de ruptura en la comunicación por roces inesperados. De la capacidad de autocontrol que tengamos dependerá que el choque no pase a mayores.
Todos tenemos especial sensibilidad sobre algunos asuntos, y muy poca o ninguna respecto de otros. Conocer a otra persona pasa por descubrir cuáles son las cosas que a ella la desequilibran; esto permitirá conservar más tiempo armonía en la relación. Pero también resulta muy importante (quizá más) descubrir cuáles son las cosas que a uno mismo lo desequilibran, las palabras que disparan nuestra ira, los asuntos que resultan muy sensibles.
Si conocemos esos puntos neurálgicos de nuestra persona, es importante conversarlos calmadamente con nuestra pareja y con los amigos que realmente lo son, para que conozcan más de nosotros y puedan evitar pisar una de nuestras “minas antipersona”, por decirlo dramáticamente.
En esa conversación puede surgir la reciprocidad y la otra persona quizá nos informe de algunos de sus “puntos calientes”, con lo cual tendremos más elementos para llevar con ella comunicaciones sin sobresaltos. Este proceso puede llevar días o años, dependiendo de qué tan abiertas o cerradas sean las personas, pero es importante para construir relaciones cada día mejores.
El problema subsiste con personas a quienes no conocemos suficientemente (aquí puede estar hasta nuestra pareja, por supuesto), porque no sabemos qué las dispara. Para solucionar esto se ha desarrollado un “Manual de Buenas Maneras” en cada Cultura, en cada sociedad. Este “Manual de Buenas Maneras” define y enseña qué comportamientos se consideran aceptables y cuáles recibirán sanción social. Es para los humanos algo similar al Código de Tránsito para los automotores.
En términos generales la gente se acoge a estas indicaciones y las interacciones fluyen dentro de rangos tolerables. Sin embargo, así como ocurre con los conductores de autos, a veces alguien incumple la norma y se presenta un choque.
Cuando se presenta un choque de autos, la mayoría de las veces los conductores se bajan y, a pesar de acusaciones mutuas iniciales (cada uno piensa “siempre” que el error es del otro), terminan haciendo un arreglo directo o dejando en manos de las autoridades la definición de responsabilidades y pagos. Pero en otras ocasiones el choque de autos se convierte en choque de personas, y terminan en agresión física que puede dejar un muerto que el simple choque no dejó.
Algo similar ocurre con los roces entre las personas. A veces la cosa no pasa de un par de ofensas verbales y cada quien se retira, pero otras veces nos empecinamos en la confrontación hasta sacarnos sangre o terminar definitivamente la relación con esa persona. ¿Por qué? Justamente, porque no hemos adquirido la capacidad para controlar nuestras emociones y manejar productivamente nuestras relaciones interpersonales.
Detrás de estos finales tempestuosos, radicales, podemos percibir el encontronazo entre dos Egos inmensos, necesitados ambos de autoafirmación, supertemerosos ambos de “morir” si dan su brazo a torcer, dispuestos a lo que sea con tal de no perder esa sensación de importancia personal y control sobre todas las cosas. Muchos hemos pasado por situaciones como esas, pero es necesario domesticar esa bestia (me refiero al propio Ego) si queremos permanecer sobre el planeta con un mínimo de vida agradable, de buenas relaciones con los demás, de significativa felicidad.
Es tarea de cada uno de nosotros transformarnos en personas más empáticas, más conscientes de las vulnerabilidades propias y ajenas, más dispuestas a aceptar a los demás con sus particularidades (esos detalles que nos disgustan), más hábiles a la hora de tener que manejar un desencuentro (un diálogo fallido), más interesados en cultivar nuestra felicidad que en intentar “enseñarles a los demás cómo es que deben portarse”.
Namasté.
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