Dom, 04/24/2022 - 08:32

Palabras que son más que sólo palabras

La última vez que supe de alguien que cambió el mundo fue hace muy poco tiempo, de hecho, un par de horas, porque, como sabemos, cualquiera es capaz de cambiar el mundo si se lo propone y, sobre todo, como he dicho en repetidas ocasiones, si cambia lo que sus sentidos pueden cambiar, porque cambiando lo que esté al alcance de ellos, cambiamos el mundo, y esto es lo que hizo esa persona de la que les hablo y que, para ser más concretos, y no divagar tanto, me cambió a mí, que soy parte del mundo y, por tanto, soy el mundo.

Lo que hizo que esa persona cambiara el mundo, es decir, me cambiara a mí, para ser exactos, podríamos decir, nada más y nada menos, fue que me dijo unas pocas palabras que le había dicho su abuelo hace unos cuarenta o cincuenta años, no lo sé, lo calculo por la edad de la que parecía, y que me hicieron pensar en que el mundo en realidad no se mueve ni cambia como nosotros creemos. Con esto no estoy negando ni la rotación ni la traslación, ni estoy diciendo que el mundo es plano, ni más faltaba, me faltan tornillos, pero no me sobran. Hablo de que en el mundo siempre hemos estado nosotros, y siempre que estemos y siempre que lleguemos a estar, o a regresar después de desaparecer, estará el mismo mundo, será igual, porque todo lo que vemos, o lo que está más allá, es algo así como un espejo, y todos, alguna vez en la vida, hemos querido cambiar el reflejo allí proyectado.

Me preguntan casi siempre, cuando menciono cosas por el estilo o temas en concreto como este, que por qué, si he visto y he sido testigo de cómo cambia el mundo, no me dedico a cambiar el mundo en lugar de escribirlo. Y mi respuesta, casi siempre, es la misma: yo me dedico a cambiar el mundo. Cómo, me preguntan luego. Escribiéndolo, les digo. Usted, que me oye, y usted, que me ve, también se dedica a cambiar el mundo. Cómo, se pregunta. Tal vez, construyéndolo, tal vez explicándolo, tal vez contándolo, tal vez dibujándolo. En fin, así podríamos seguir con todos y cada uno de ustedes y todos y cada uno de los que no están acá, mencionando sus profesiones u oficios, y no terminar nunca.

Sí, señora que quiere levantar la mano, pero que le da un poco de vergüenza, sé que usted quiere preguntarme cuáles fueron las palabras que me dijo esa persona, que le dijo alguna vez su abuelo y que, seguramente, su papá o su abuelo o su bisabuelo o su tatarabuelo, porque antes la gente parece que vivía más tiempo siendo lo que era, le dijo en su momento. Pero, por alguna razón que no sé explicar, las olvidé. Sé que me dijo unas diez o doce palabras, y no más de tres verbos, sé lo que me hizo sentir, sé que me cambió y sé que no soy el mismo desde entonces, pero no las recuerdo. No sé si se trataba de alguna clase de embrujo, magia o maldición, pero en este instante, aunque quisiera, y no miento, que lo digan mis vísceras, no lo recuerdo. Así que baste decir que me cambió, y que cambió al mundo, y que si las recordara, o cuando las recuerde, las diré aquí ante ustedes, y ante quienes estén ante quien yo sea entonces.

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