Mar, 04/30/2019 - 16:38
Foto: eltiempodigital

¿Por qué Lara no me perdona?

El senador Rodrigo Lara me lleva “en la mala”, como dicen hoy los jóvenes cuando un policía los acosa, porque desde pequeño ha asociado el crimen contra su padre, Rodrigo Lara Bonilla, con la publicación de la grabación que hice en la revista Semana sobre el dinero que recibió el entonces Ministro de Justicia de manos del narcotraficante del Cartel de Medellín, Evaristo Porras.

La revelación de la cinta dejó al ministro en problemas por cuanto nunca supo responder con claridad cómo había ingresado el millón de pesos a su cuenta personal y no a la de la campaña del Nuevo Liberalismo. Incluso a raíz de esa ambigüedad del ministro se agrietaron las relaciones con el entonces líder del Nuevo Liberalismo Luis Carlos Galán, quien propuso una comisión de ética para indagar sobre el espinoso tema.

Haber publicado en Semana una grabación hecha subrepticiamente en el Hotel Hilton de Medellín por el capo Gilberto Molina en la que su socio Evaristo Porras le recordaba al ministro Lara Bonilla que lo había apoyado en la campaña electoral anterior en el Amazonas y le contaba que había estado preso en Lima, además de que ahora era contradictor de Pablo Escobar, era una verdadera osadía. En ella Lara se mostraba interesado en aprovechar la supuesta fractura entre los grandes capos y los narcotraficantes pequeños, por lo que la decisión periodística de Semana fue revelarla. Allí se observaba lo que realmente ocurrió con el famoso cheque, el cual había sido ventilado por esos días en el Congreso por el entonces Representante a la Cámara Jairo Ortega, de quien Pablo Escobar era su suplente.

La valoración periodística indicaba que se trataba evidentemente de una celada orquestada por la mafia contra Lara Bonilla, pero al mismo tiempo evidenciaba que el ministro aceptó la oferta “difícil de rechazar” y que con su anuencia ingresó el dinero a su cuenta personal. Se notaba que el ministro aceptaba la donación en el ánimo de generar confianza con su interlocutor y que el dinero no era lo que le interesaba de esa conversación. Su objetivo era conquistar una fuente de información valiosa, “desde adentro”, sobre el jefe del Cartel de Medellín, Pablo Escobar Gaviria. Era una especie de infiltración al Cartel que ingenuamente pretendía hacer el ministro Rodrigo Lara, que le salió muy costosa respecto de su prestigio y su futuro político.

La grabación era de muy mala calidad porque se había hecho con una minigrabadora de bolsillo oculta, por lo que se dificultaba escuchar nítidamente la conversación entre el ministro y los narcos. Fueron varias las horas que me tomó lograr su transcripción, con la ayuda precaria de un equipo de sonido que intentaba quitar los ruidos-ambiente, como se les dice en la producción radiofónica. La forma cómo llegó a mis manos el casete no dejaba de ser preocupante. Me la había entregado un periodista de nombre Ignacio, pero no recuerdo su apellido, famoso en los pasillos del Congreso y de quien se comentaba que trabajaba para Jairo Ortega pero por sus curiosos movimientos se asumía que quien lo pagaba era Pablo Escobar.

En Semana se llegó a la conclusión de que el ministro había sido víctima de una criminal encerrona pero que de alguna manera había caído en la trampa y permitió que ingresara a su cuenta el cheque de un millón de pesos, en el año 1983, girado por Evaristo Porras en el marco de una charla que sugería una especie de alianza entre el ministro y los narcos pequeños para hacer causa común contra el capo Escobar. La cosa se complicó aún más cuando al subdirector de El Espacio, Edgar Artunduaga, le llegó un segundo casete en el que el ministro le agradecía el dinero a Porras y mostraba una mayor cercanía con los narcos “pequeños”. “Ay Jueputa Usted me tumbó” le dijo Lara al periodista, cuando le contó lo que iba a publicar.

En ese ambiente en el que la mafia había logrado sembrar dudas sobre la condición ética del ministro y de alguna manera lo había debilitado, Escobar se sintió fortalecido y concluyó que al de tomar la decisión de asesinarlo tendría la aprobación de parte del establecimiento, que de una u otra forma intentaba acercársele con la clara idea de sacar partido económico. Eran muchos los políticos y hombres de negocios que por entonces querían una cita con el capo de Medellín y muchos los que buscaban, como fuera, su amistad. Varios periodistas lo entrevistaban pensando que ojalá pudiera inyectar dinero a sus proyectos y empresas periodísticas y casi todos le apostaban a una salida triunfal al capo.

En medio de esa confusión de valores que inundaba al establecimiento y de una no muy oculta tolerancia cómplice con el narcotráfico, el Cartel de Medellín asesinó a Rodrigo Lara y el país político se estremeció. Aparecieron las cacerías de brujas, los dimes y los diretes y surgieron las especies especulativas que daban para todo. Que la orden había sido de la clase política, Que los candidatos liberales Alberto Santofimio y Hernando Durán Dusán estaban al tanto y lo habían aprobado, en fin. Las especulaciones también se presentaban en el interior de la familia Lara. Que los turbayistas estaban implicados, que la casa López le había hecho el juego a Escobar al publicar “El misterioso casete” y que la clase política en el fondo lo celebraba.

Se llegó a decir en rincones de los linotipos de El Espectador que la revista Semana había recibido 10 millones de pesos del cartel de Medellín, cuando se publicó “El Robin Hood Paisa”. Así lo afirmaba sin rubor el periodista Fabio Castillo, autor del libro “Los Jinetes de la Cocaína”. Tanta era la confusión y la especulación que cuando asesinaron a Lara, la revista Semana me envió a Neiva a cubrir los hechos desde la casa de la familia del ministro, pero la ira de los Lara llegaba hasta el punto que prohibió que Semana entrara a su casa y menos yo que era quien había obtenido el misterioso casete. La hermana de Rodrigo Lara, Cecilia Lara Bonilla impidió que yo cubriera este evento y, según le contó el senador Lara Restrepo a una amiga cercana, desde ese momento ell le hizo jurar a su sobrino que no me la perdonara.

Por esa razón el pobre Lara ha decidido difamarme cada vez que puede. Me llama el biógrafo de Escobar desde que supo que yo escribía un libro sobre el jefe del Cartel de Medellín y asume con su rencor que mi libro, el cual aún no se ha terminado, sería escrito a favor del Capo. Siempre insinúa que el artículo El Robin Hood paisa, con el que se reveló la existencia del capo es una especie de apología a Escobar. Ignora deliberadamente que fui yo quien escribió contra Escobar y denuncié sus crímenes en un artículo de portada de Semana llamado “El prontuario de Escobar”, o que fui quien investigó y denunció el paramilitarismo fraguado por Escobar en una portada de Semana titulada “El dossier paramilitar”, o que fui yo quien develó lo que sucedía en “La Catedral” cuando Pablo Escobar volvió su quinta en un verdadero campo de concentración en el que torturaba y asesinaba con la aquiescencia del Estado.

Por eso Lara siempre me inventa alianzas con un supuesto Cartel de Medellín que sólo está en su cabeza. Decidió que los hermanos Angel son el nuevo peligro en el mundo del narcotráfico a sabiendas de que Luis Guilermo Angel, “Guillo” no tiene ni ha tenido requerimientos de ninguna especie ni con la justicia colombiana ni con la americana. Ni siquiera por las que el mismo Lara ha instigado. Lara ha intentado con las autoridades norteamericanas y las colombianas y no ha logrado que le abran ni una investigación. “Guillo” era piloto y empresario que había tenido negocios de aviación con Escobar, por lo que le conocía toda su flotilla de aviones y helicópteros ya que era quien se las había vendido. Sabía de sus hangares y sus pistas, información que resultó clave en la época en que decidió colaborar con las autoridades para que capturaran a Escobar. Y por esa colaboración terminó exonerado de pecados con la ley colombiana.

Lara sabe que su hermano Juan Gonzalo Angel nunca ha tenido nada que ver ni con los negocios de Guillo ni con el narcotráfico, y que su único delito es el de “consanguinidad”. Pero Lara no le perdona que Juan Angel fue quien más denunció los lazos de Lara con el criminalJeiner Guilombo, el autor del desfalco a Cajanal y del crimen pensional, como se conoce el escandalo contra la salud y las pensiones de los empleados públicos protagonizado por este oscuro personaje. Hoy se comenta en los corredores de Paloquemao que Lara manejó sus influencias en la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia para que Armando Cabrera Polanco y Jeiner Guilombo Gutiérrez, quienes tramitaron de manera ilegal pensiones de gracia para docentes y desfalcaron con más de 50.000 millones de pesos a Cajanal, obtuvieran rebajas de penas.

Rodrigo Lara Restrepo optó por el camino de hacer vitrina a costa de unas personas que sabe a ciencia cierta que no están en actividades ilícitas y se permite calumniarlos porque tiene claro que no representan ningún peligro. Ese es su negocio electoral, victimizarse de José Obdulio Gaviria, por cuenta de que este fue primo de Pablo Escobar, y de los “hermanos Angel, a quienes presenta como un clan mafioso. Así, estos supuestos victimarios, en el peor de los casos, intentaran como máximo demandarlo por calumnia. Su estrategia perversa consiste en mostrarse como un luchador contra el narcotráfico sin enfrentar a narcotraficantes sino señalando a quienes nunca le harán nada. Él no se mete con las mafias reales porque sabe que con ellas si tendría problemas.                                                    

Lara Restrepo no logró ser ni la sombra de lo que fue su padre. Lara Bonilla se enfrentó a las mafias del momento representadas en las más importantes organizaciones criminales, el Cartel de Medellín y el Cartel de Cali. El ministro enfrentó a los peores asesinos que ha dado la historia de Colombia como Pablo Escobar y Gonzalo Rodríguez Gacha. “El Mexicano”. Su valor y capacidad de investigación y denuncia le costaron la vida. Su hijo, no quiere acabar las mafias como su padre pero si quiere parecer como su padre. Si de verdad quisiera combatir las organizaciones criminales estaría investigando y denunciando al “Clan Usuga”, a “Los Urabeños”, al “Clan del Golfo”, el Cartel del Norte del Valle”, o inclusive a las FARC y sus disidencias como lo hace el actual Fiscal Néstor Humberto Martínez, los cuales son quienes controlan el 90% del tráfico de drogas hoy en Colombia.

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