Es por eso que, en mi imaginación, he visitado casi todos los rincones del mundo, incluidos los recovecos intransitables del pecho de sus habitantes, pero jamás he ido a pisar un metro cuadrado de la tierra de quienes, además de creerse la policía del mundo, los salvadores y portadores de la única bandera que nadie debería izar, se creen los dueños del cielo y de todo lo que hay más allá de él, aunque hayan descubrierto recién un agujero negro que en cambio de devorar estrellas las crea, como si las cosas no estuvieran lo suficientemente desordenadas en nuestras cabezas. Lo bueno de esto, me dijo la persona que estaba conmigo, es que, como tú pareces un agujero negro, vas a poder rediseñar todo lo que habías pensado y escrito hasta hoy, porque si un mismísimo agujero negro de tamaño incalculable para nosotros, los que escribimos el mundo, fue capaz de ponerse a hacer cosas que los demás no harían ni locos, por qué tú no le darías un vistazo, y una pincelada de orden, quizá, a tu caos que es, y me perdonas la sinceridad, el corazón del caos del universo.
Lo primero que hice al llegar a casa esa noche, sin que alguien me viera, y sin que ese otro alguien que había estado conmigo y me había aconsejado dejar de ser yo para poder, al fin, ser el que quiero ser, fue ordenar todos los documentos relacionados a mi obra. Contra todo pronóstico pesimista, esto, al contrario de ser una tarea titánica y casi resultar mortal, se convirtió pronto en una terapia inmersiva, o subversiva, no lo sé, para librarme del peso del mundo más rápido de lo que cualquier maestro zen hubiera soñado. En cuestión de un par de horas ya estaba todo volando por los aires, mezclados los versos sin título ni compañeros con los párrafos infinitos de mis novelas, las notas biográficas de otros se entrelazaron con las difusas anotaciones de mis diarios, y los aforismos más esperpénticos del planeta, o del universo, ya no lo sé, resultaron perdidos en medio de la narración de algún personaje secundario sin nombre ni peso en una historia de mi niñez. Y, poco a poco, como quien no quiere la cosa, como un agujero negro que, de repente, o porque sí, o a dios rogando y con el mazo dando, dejó de ser lo que todo el universo pensaba que era y comenzó a ser, o a hacer, para ser más precisos, lo que de verdad era, así me fui convirtiendo, segundo a segundo, en el que verdaderamente era, estoy siendo y seré.
Tiene razón su niño de brazos, señora de rosa, que está pensando que si todo eso que hago lo hago con imaginación, nada me cuesta ir a un lugar al que no me importaría ir de cuerpo presente, pero lo que sucede, si es que todavía no lo he desvelado en todas y cada una de las veces que he venido a pararme frente a este auditorio para decir algo, es que para mí la imaginación es más valiosa que el dinero y que el tiempo, por lo que, aunque parezca poco común, o enfermizo, no la invierto mal.
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