Sáb, 01/21/2017 - 07:43

¿Qué tanto sabemos dialogar?

¿Cuántas veces ha estado tratando de que una persona le entienda sus argumentos y siente que es como si le estuviera hablando a una pared?

Usted le dice y le repite, se lo explica de un modo y de otro, y ella no sale de su empecinamiento, de la misma posición que repite una y otra vez sin atender a lo que usted le dice. Es algo realmente exasperante.

Pero hay una pregunta más interesante y productiva: ¿Cuántas veces USTED ha sido la pared?

¿Y qué ocurre cuando se enfrentan dos paredes? El problema persiste y se complica.

¿Tuvo oportunidad de vivir eso con motivo del plebiscito sobre el Acuerdo entre Gobierno y FARC? ¿Percibió ese diálogo de sordos entre simpatizantes de las dos posiciones? A veces parecía más un diálogo de locos.

Cuando se le pregunta a la gente por la mejor manera de resolver los conflictos, siempre aparece la fórmula mágica: “Dialogando”.

Y es posible que sean sinceros cuando dicen que quieren dialogar, pero el problema es que NO SABEMOS DIALOGAR.

¿Quién nos enseñó a “dialogar”? Mientras todos los que conversan están de acuerdo sobre algo, no hay problema; todo es mero cabeceo y aprobación, y la charla fluye como la seda. ¿Pero qué ocurre cuando aparece el desacuerdo? Entonces es cuando se puede saber quién PUEDE DIALOGAR y quién no.

Generalmente aparecen los gritos y pronto se pasa del asunto en discusión a las alusiones personales, hasta llegar a los insultos y los golpes.

Después de esas experiencias la gente prefiere no volver a hablar con el otro (siempre es “el otro” el culpable), y las posibilidades de relación y amistad, de construir juntos cosas bellas y satisfactorias para todos, desaparece. Así nos empobrecemos todos, así pierde la comunidad entera.

Es conocido el dicho atribuido a un japonés que afirmó algo como: “Es mejor un ingeniero colombiano que un ingeniero japonés, pero es mejor un equipo de dos ingenieros japoneses que un equipo de dos ingenieros colombianos”.

¿Por qué? Porque NO SABEMOS DIALOGAR, NO PODEMOS COMUNICARNOS EFICAZMENTE.

Así que el problema, al menos como se ve desde esta esquina, no es que no queramos dialogar, sino que NO TENEMOS LA CAPACIDAD. Es como pedirle a un niño de cinco años que le traiga un bulto de cemento: ÉL QUIERE, PERO NO PUEDE.

Y la dificultad para solucionar esta debilidad está en que cada uno de nosotros pensamos que “el otro” es el del problema, “el otro” es la tapia sorda que no escucha razones; en consecuencia, “YO” estoy bien, “YO” soy un tipo ecuánime, “YO” no tengo que arreglar nada, el del problema es “EL OTRO”, y “con gente así no se puede hablar”.

Lo gracioso del asunto, en medio de lo patético que es, es que “EL OTRO” está pensando y diciendo lo mismo de MÍ. ¿Quién tiene la razón?

Probablemente ambos; en la mayoría de los casos, ambos tienen incapacidad, en algún grado, para dialogar sosegada, razonada y productivamente. ¿O por qué son tan frecuentes los conflictos y tan raras las soluciones concertadas?

¿Qué hacer? ¡Fácil! Bájese de la nube de que usted es el superhipermegadialogador, reconozca que NECESITA APRENDER A DIALOGAR, asuma la tarea de adquirir esa CAPACIDAD PARA DIALOGAR, y practique amorosamente el diálogo con todos sus relacionados.

¿Cómo empezar? Una sugerencia: Vaya a Facebook y entre a alguno de los grupos de los que es miembro, y observe con ojos de científico cómo interactúa la gente sobre un tema polémico. Evite tomar partido, ni siquiera mentalmente; no piense quién tiene razón o quién está equivocado, simplemente observe la forma como cada uno “razona” y alega, observe cómo lo que empezó como una charla amigable fue derivando hacia una contienda en la que aparecen los insultos.

Cuando haya percibido eso, deje el Facebook y busque en su vida muchas situaciones en las que usted fue coprotagonista de situaciones similares, en la red y en la vida real. Si es sincero en su búsqueda, encontrará decenas de casos, y si sigue observando el momento en que “la cosa se desgració” podrá notar que el primer grito provino de un Ego herido, un Ego que se sintió en peligro porque alguien intentaba decirle que su interpretación del mundo no era correcta, lo cual para el Ego significa la muerte.

¿Cuántos prejuicios y traumas hay detrás del primer grito que inicia una pelea? Le aseguro que “el otro” no produjo ese primer grito, sino “el mismo” que grita, porque es en su interior que está el disparador de esa angustia mortal del Ego.

Pero no se haga mala sangre. La cosa parece más complicada de lo que es. Dialogar es una capacidad que se puede adquirir relativamente fácil. Lo difícil es llegar al punto de reconocer que no se tiene y desear adquirirla, y si usted ha llegado a ese punto, nosotros estamos interesados en que nos ayudemos todos a adquirirla.

Mientras tanto, siga observando con ojos de científico cómo es de gracioso y patético cada pleito que armamos por pendejadas, y siga fortaleciendo su decisión de APRENDER A DIALOGAR. Y, por supuesto, lea nuestra próxima columna.

Namasté.

There are 3 Comments

Interesante articulo. Cuanta falta nos hace el respeto en el diálogo

Es una realidad. El desconocimiento del poder del dialogo nos a mantenido en un camino sin salida, puesto que no tenemos una mente abierta, permitiendonos ver desde puntos diferentes nuevas posibilidades. A esto tambien debemos añadir el conformismo y/o el temor a equivocarnos.

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