El 28 de febrero me desperté un poco más tarde que de costumbre. Estaba en la casa de una amiga donde casi siempre me quedo cuando voy a Bogotá, así que no madrugo tanto, porque, entre las trasnochadas de la voraz programación en la que me meto y que no voy al gimnasio, hay tiempo para quedarme bajo las cobijas con Tita, la gata de mi amiga.
Una mañana normal y su rutina. Me bañé, ordené la maleta e hice un té, eran las ocho; puse un podcast mientras preparaba el desayuno. Mi día estaba lleno de cosas por hacer: a las nueve una reunión de trabajo, y a las tres, mi vuelo de regreso a Medellín. Para las nueve y media de la mañana no tenía trabajo ni vuelo a casa. En treinta minutos, la vida que tenía cambió sin que yo pudiera hacer nada al respecto; solo me quedó asentir, observar, firmar papeles y esperar.
A los cuatro días, luego de una horrible fila de cinco horas que quizás no habría podido hacer si hubiera tenido empleo, pude viajar a Medellín a retomar la vida, esa que ya no tenia. Pero ahora siento ese vacío extraño, en el que aún me encuentro, como una serpiente mudando su piel.
Por eso, no escribo esta columna para pedirles trabajo.
Les escribo una vez más desde una sala de espera, la de mi vida. Un espacio de observación y búsqueda, esa etapa en la que la piel de la serpiente se ve opaca, seca y, comienza a agrietarse, pero ya se atisba un lustroso brillo al fondo.
Se cree que la gente desempleada tiene tiempo y desde esta orilla les cuento que es mentira: lo que tenemos es caos y muchas preguntas. Pero el hábito de ocupar los segundos vacíos con las redes sociales no se pierde, y en esas me encontré esta semana la siguiente noticia en un medio argentino: Incautaron 483 vinilos de Vilma Palma e Vampiros valuados en 5 millones de pesos.
¡Me vuelvo loca! ¡Traficante de vinilos! Y yo llorando por un puesto de 9 a 5 (canten la de Dolly Parton aquí).
Lo primero que hice fue tuitear que si yo fuera Almodóvar estaría escribiendo un guión para una película con esta historia. Lo tiene todo. Alguien, incluso, me respondió que mejor lo haría Chat GPT y hasta me compartió pedazos de lo que le arrojaba el algoritmo. Pero yo no soy Almodovar y, a riesgo de sonar como una anciana de 3.500 años, la AI no lo es ni lo será. Y Almodovar tampoco, porque dejó de montar en Metro, pero esa es otra historia que pueden ver en Dolor y Gloria.
3989, de Vilma Palma e Vampiros, salió en el 93 y yo tenía seis años. Mi tía Beatriz, una de mis primeras dealers musicales, me regaló una copia en casete. Recuerdo muy bien la caja transparente y el papelito plegado con margen roja en el que con su letra de profesora escribió con lapicero negro los nombres de las canciones en orden y, en mayúscula sostenida, el nombre de la banda.
Creo que es un discazo, claro que eso en mitad es nostalgia, pero también reivindicación. Ponemos canciones de Soda Stéreo y otras bandas de rock argentino como si fueran himnos, y a Vilma Palma lo dejamos en el asiento de atrás, como música de cierre de fiesta o listas de placeres culposos. Un recorte de personal, un abandono prejuicioso que, para mí, no responde a ninguna lógica distinta a que no todos pueden estar en primer lugar, y quienes quedan necesitan ver a los que se van para suspirar agradecidos porque no les tocó esta vez.
Yo también suspiré aliviada muchas veces en las que quedé del otro lado, hasta que ya no hubo más que recortar. Y lo peor es que nunca quise ser esa “perra corporativa”. La niña de seis años que cantó “Me vuelvo loco por vos” en cada uno de los viajes a la finca ese año, nunca quiso ser eso, y si le hubieran preguntado, seguro habría dicho que ser traficante de discos era mucho mejor que ponerse un traje y preocuparse "falsamente" por problemas que no lo son.
No sé qué hacer con mi vida pero me sé todas las canciones del 3980 de Vilma Palma e Vampiros. No pienso recortarme o encerrarme otra vez en la idea de que soy un puesto titulado con muchas palabras en inglés, que vende la idea de que necesitamos hacer mucho dinero. No digo que me iré de yogui a quién sabe dónde, o que jamás usaré de nuevo un traje, pero quizás sea hora de ser honesta y lanzarme a mi siguiente encarnación, a lucir esa nueva piel que este cambio de vida me trae.
Piensen en mí como un bosquejo de lo que voy soñando. (Y pongan música, siempre pongan música muy duro, de esa que les da felicidad y les deja bailando en calzones frente al espejo).
Mención especial: a todas las personas que han hecho de estos días una eterna tarde sentada en el sofá comiendo chocolate con pan. Amo que su amistad y cariño superen la ficción de cualquier chic flick empoderada. Y a mi editora, que me lee, me cuida, y a la espero darle pronto un libro que corregir.
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