Hiere la sensibilidad ver la saña de algunas personas que protestan, contra los sistemas y los medios de transporte.
La libre locomoción es uno de los derechos consagrados en la Carta de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, promulgada luego de la Segunda Guerra Mundial.
Tan cruel y despiadada fue la guerra que debió aludirse a la necesidad de respetar, promover y no impedir la libre locomoción de las personas en la mencionada Carta de Derechos, producto del consenso de las Naciones. Tuvo que quedar explícita como lección para las presentes y las futuras generaciones, sobre lo que se espera de la humanidad.
La violencia como forma de relación con el entorno y con el mundo está arraigada en las familias, aunque no en todas, sí en los países y en las sociedades.
Son tan violentas la pobreza, la inequidad y la exclusión como el asesinato, la masacre, la desaparición.
El maltrato infantil, el maltrato animal, las violencias contra las mujeres, el abuso sexual, el bullying en la escuela, las necesidades básicas insatisfechas, el hambre, el desplazamiento forzado y la carencia de afecto, entre otras, son expresiones sociales de lo poco entrenados que estamos en la convivencia, en vivir en comunidad y en solidaridad.
Cuando todas las insatisfacciones sociales y personales se expresan, como un desfogue incontrolable, contra los sistemas y los medios de transporte, equivale a responder con violencia contra el más débil e indefenso. Contra quien necesita transportarse, moverse, desplazarse, satisfacer sus necesidades de viaje por asuntos de trabajo, educación, salud, recreación y acceder a la oferta de servicios de las ciudades y municipios.
El transporte de alimentos, medicamentos, combustible y pasajeros, por mencionar tal vez los más importantes, se pone en riesgo. Agredirlos significa tener familias sin comida o pagando el doble o el triple por ella, enfermos sin acceso a curas o paliativos, gas propano escaso para cocinar, vehículos sin capacidad para moverse por ausencia de oferta de combustible, personas inmóviles por ausencia de medios de transporte.
TransMilenio en Bogotá calcula en 500.000 personas al día las que se ven afectadas por los problemas en la operación producto de las manifestaciones, destrucción parcial o total de vehículos, estaciones y portales.
Cali está hoy desabastecida. Bloquear vías para impedir el paso, romper buses, camiones y carros, no dejar que las ambulancias de desplacen, va contra la dignidad y son acciones que están en contra los derechos humanos.
La protesta pacífica, qué bien podría llamarse propuesta pacífica nos hace falta a todos. Propuesta de vida, de posiciones y puntos de vista diferentes que enriquecen la realidad. De expresarse libremente sin hacer daño. De mostrar otra forma de pensar y actuar. De convivencia.
La protesta pacífica debería aprenderse desde la escuela, desde el preescolar y la primaria; desde la familia sin maltratos, desde los espacios sociales, desde la comunidad.
Dañar e inhabilitar los sistemas y medios de transporte es a las ciudades y municipios lo que romper las piernas a golpes a una persona para que no se mueva.
Ni la rabia ciudadana justifica tales actos.
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