En Río de Janeiro la recibe el ministro Oswaldo Arana quien le explica que el gobierno se propone limpiar la raza brasileña, sucia de sangre negra, porque ella tiene la culpa del atraso nacional.
De Río, Ruth viaja a Bahía, ciudad donde los negros son amplia mayoría y negro es todo lo que aquí vale la pena: desde la religión hasta la comida, pasando por la música. Y sin embargo todo el mundo cree, incluyendo a los negros que la piel blanca es símbolo de distinción.
Todo el mundo no: Ruth descubre el orgullo de la negritud en las mujeres de los templos africanos. En esos templos son casi siempre mujeres, sacerdotisas negras quienes reciben en sus cuerpos a los dioses venidos de África. Resplandecientes y redondas, ellas ofrecen a los dioses sus cuerpos amplios que parecen casas donde da gusto llegar y quedarse. En ellas entran los dioses y en ellas bailan. De manos de las sacerdotisas poseídas, el pueblo recibe aliento y consuelo; y por sus bocas escuchan las voces del destino.
Las sacerdotisas de Bahía aceptan amantes, no maridos. El matrimonio da prestigio, pero quita libertad y alegría. A ninguna le interesa formalizar boda ante un cura o juez, ninguna quiere ser esposa esposada, "señora de".
Cabeza erguida, lánguido balanceo, las sacerdotisas se mueven como reinas de la Creación. Ellas condenan a sus hombres al incomparable tormento de sentir celos de los dioses.
(Ruth Landes, A ciudade dos muhleres, Río de Janeiro, Civiliçâo Brasileira, 1967)
LOS CANGACEIROS DEL NORESTE. 1939 (270 Palabras)
No roban pueblos de mas de dos iglesias y matan solo por encargo o por venganza que han jurado besando el puñal. Actúan en las tierras quemadas del desierto, lejos del mar y su salado aliento, atravesando, a pie o a caballo, con sus sombreros de medialuna chorreando adornos, las soledades del nordeste del Brasil.
Rara vez se detienen, no crían a sus hijos ni entierra a sus padres. Pactando con el Cielo y con el Infierno han cerrado sus cuerpos a la bala y el puñal pero acaban muy a la mala sus vidas jugadas mil veces y alabadas por las coplas de cantadores ciegos:
Dios dirá
Dios dará
Legua viene
Legua va.
Para despistar, imitan los ruidos y huellas de bichos y usan falsas suelas con talón en la punta.
Pero el que sabe, sabe; y un buen cazador reconoce los rumbos del paso humano por lo que ve: ramita rota y piedra fuera de lugar, y por lo que huele. Los Cangaceiros son locos por el perfume, se lo echan por litros y esa debilidad los delata.
Persiguiendo huellas y aromas llegan los rastreadores al escondite del jefe Lampiâo; y tras ellos la tropa. Tanto se arriman los soldados que escuchan a Lampiâo discutiendo con su mujer. María bonita lo maldice mientras fuma un cigarro tras otro, sentada en una piedra a la entrada de la cueva y él contesta tristezas desde adentro. Los soldados montan sus ametralladoras y esperan la orden de disparar.
Cae una garúa, leve.
BRASIL, MARIA PADILHA ( 274 Palabras)
Exú, el dios del pobrerío es diablo también. Tiene dos cabezas: una de Jesús de Nazareth, la otra de Satanás de lo infiernos. En Bahía lo tienen por jodón mensajero del otro mundo, diosito de segunda, pero en las favelas de Río es el poderoso dueño de la media noche: Exú es capaz de caricia y de crimen, puede salvar y puede matar, se burla de los ricos y contra ellos lanza sus mortales maleficios; alevoso y vengador de los sin nada, el ilumina la noche y oscurece el día. Se tira una piedra a la maleza y la maleza sangra.
María Padilha es Exú y también una de sus mujeres, espejo y amante: María Padilha, la mas puta de las diablas con las que Exú gusta de revolcarse en las hogueras.
No es difícil reconocerla cuando entra en algún cuerpo: María Padilha chilla, aúlla, insulta y ríe de muy mala manera, y al fin del trance exige bebidas caras y cigarrillos importados. Hay que darle trato de Gran Señora y rogarle mucho para que ella se digne ejercer su reconocida influencia ante los dioses y los diablos que mas mandan.
María Padilha no entra en cualquier cuerpo. Ella elige para manifestarse en este mundo, a las mujeres que en los suburbios de Río se ganan la vida entregándose por monedas.
Así las despreciadas se vuelven dignas de devoción: la carne de alquiler sube al centro del altar y brilla más que todos los soles la basura de la noche.
(Georges Lapassade y Marco Aurelio Luz, O Sagrado de macumba, Rio de Janeiro, Paz e Terra, 1972)
Añadir nuevo comentario