Sáb, 11/04/2017 - 09:07

Santos, el tramposo

Fotografía Nobelprize.org

Los grises y vacíos de los acuerdos de La Habana se están convirtiendo en oscuros y retrecheros pasadizos. No haber aclarado si la participación en política de las FARC era antes o después de pasar por la JEP está mandando las buenas intenciones al caño.

Y es normal que estos grises queden en todo lo que se escribe, porque la escritura es el reino de lo incompleto. Para no ir tan lejos y siendo un poco cursi, aún no existe escrito en el Universo en ninguna época y por ningún autor que haya podido describir perfectamente al amor.

Por eso hay que prever los ajustes posteriores a la expedición de cualquier acuerdo de voluntades que quede plasmado en un papel. Por ejemplo, las leyes tienen desarrollos normativos posteriores en más leyes, decretos y reglamentos y los contratos se complementan con otrosís. Es normal, natural y necesario, además. Lo que no es normal es que esos vacíos se hubieran llenado de antemano con mentiras. Desafortunadamente, acá debo hacer un paréntesis y una aclaración antes de seguir. Hablar en contra de Santos no me hace uribista. De hecho, me declararía “antiuribista” si no me pareciera ridículo declararse “anti” cualquier cosa como si tuviera tiempo para desgastarme en odios permanentes. Y aclaro esto porque en Colombia si no eres lo uno, eres lo otro. Si uno no quiere a Santos es uribista y si no quiere a Uribe es santista. A mí la cabeza me dio para despreciarlos a los dos por razones distintas pero parecidas. Pero hasta ahí va mi oscura aclaración.

Hoy, cuando las FARC han saltado a la arena política con las mismas siglas, pero un nombre diametralmente opuesto a lo que eran (Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común) y han anunciado sus candidatos a Presidencia y Senado, gran parte del país se muestra (como novedad) indignado porque a algunos les parece infame y a otros simplemente prematuro. Yo soy de los segundos.

Releyendo los acuerdos, noto que no está claro si la participación en política puede ser anterior a la JEP o necesariamente posterior. Se deduce que debe ser posterior porque es lógico que si existen crímenes que deban pasar a la justicia ordinaria porque no están en el marco del conflicto y porque se generen inhabilidades propias de la democracia para los candidatos de las FARC, estos deberán postular otros. Pero mientras el Congreso va a un paso paquidérmico para avanzar en la aprobación la Ley Estatutaria de la JEP, las FARC van a vuelo de halcón en la organización de su movimiento político.

Pero reitero, estos eventos eran previsibles y se pueden tramitar perfectamente en un marco de tranquilidad y democracia. Con lo que no contaba el Gobierno es que se iban a volver en su contra todas las mentiras que dijo Santos para garantizar la estabilidad de la mesa de La Habana y la firma del acuerdo final sin que ninguna de las partes se levantara de la mesa. Santos se ha caracterizado en los círculos políticos por ser un hábil estratega. De hecho, algunos lo conocen como “el jugador de póker”. Y acá debo hacer una confesión incómoda pero funcional a lo que quiero explicar. Fui ludópata diez años de mi vida. Es decir, jugué en casinos compulsivamente durante demasiado tiempo y entre tantos juegos, también jugué póker. Y puedo decir que la trampa es de las cosas más severamente castigadas en el póker y que son pocos los que se atreven a intentarlo. Otra cosa es que se usen estrategias de engaño que están mucho más relacionadas con la habilidad psíquica y emocional que con la trampa. Pero para decirlo con claridad, Santos no actuó durante el proceso de negociación con las FARC como un jugador de póker. Lo hizo como un vulgar tramposo, porque mintió.

El 23 de mayo de 2012, cuando apenas despuntaba el proceso en el horizonte de Noruega escribió en su cuenta de twitter lo siguiente: “Ni Timochenko ni ninguno de los cabecillas de la guerrilla van a llegar a cargos de elección popular por el Marco Jurídico para la paz”. El 30 de octubre de 2017, hace apenas unos días desde la Universidad de Ottawa en Canadá manifestó: “La gente está tratando de convencer a los legisladores de que, por ejemplo, los comandantes de la guerrilla deben pasar por la Justicia Transicional antes de poder ser candidatos de cualquier cargo, lo cual uno podría pensar que es lógico, pero el acuerdo no dice eso, el acuerdo dice que podrían presentarse como candidatos a la Presidencia y que si fueran condenados por la Justicia Transicional tendrían que pagar su condena al mismo tiempo”. Entonces, es evidente que en 2012 Santos mintió. No se contradijo. Mintió.

El 9 de junio de 2014, angustiado después de haber perdido la primera vuelta de las elecciones presidenciales para su reelección derrotado por el candidato uribista Óscar Iván Zuluaga, en pleno debate televisivo y acorralado por la exigencia de Zuluaga de que le dijera al país que Timochenko iría al Congreso y no pagaría un solo día de cárcel, Santos bordeando la ira le respondió: “… deje de decir mentiras doctor Óscar Iván (…) cualquier persona que haya cometido crímenes de lesa humanidad tiene que ir a la cárcel, eso lo dice la Constitución colombiana y la legislación internacional…”. Y bueno, es poco probable, por decir absolutamente inviable, que Timochenko pague un solo día de cárcel. Y las curules de las FARC en el Congreso están garantizadas por el mismo acuerdo. Santos una vez más mintió. Y mentir no es estrategia. Es trampa.

Algunos dicen olímpicamente que esas mentiras bien valieron la pena porque se han salvado millares de vidas, porque el Hospital Militar ya no recibe soldados mutilados ni heridos y porque por fin hemos concluido sesenta años de conflicto ininterrumpido. Cuando una sociedad aplaude a sus mentirosos más importantes porque sus mentiras fueron funcionales a un objetivo bienintencionado y deseable, es claro que se han perdido todos los valores y no quedan rastros de principios. Eso de que el fin justifica los medios es la madre de todas las corrupciones. Colombia está acostumbrada a que su “paz” se construya sobre mentiras y por eso jamás la hemos alcanzado. Hemos liberado palomas blancas en cielos contaminados. Y han muerto. Ahí están los dos antecedentes de paz más importantes de nuestra historia reciente como ejemplo: El final de la guerra de los mil días y el Frente Nacional. La primera terminó con una disimulada rendición de los liberales ante los conservadores que entre otras cosas nos costó la separación de Panamá en 1903 y una represión absurda de las élites conservadoras que terminó con la masacre de las bananeras en 1928. Y el Frente Nacional que es la matriz de nuestra actual violencia, un acuerdo torticero y excluyente entre los dos partidos tradicionales que obligó a las fuerzas de izquierda a tomar las armas para aspirar al poder porque la “democracia” no les dejó otra vía. Tan infame fue este acuerdo que dio para robarse unas elecciones presidenciales en 1970 en perjuicio del General Rojas Pinilla y favoreciendo a Misael, el padre de Andrés. Y todos sabemos cuánto daño le ha hecho el apellido Pastrana al país.

Entonces eso de alabar a Santos y de aplaudirlo como focas para decir que bien valieron sus mentiras porque hemos alcanzado la paz solo es una mentira más. Pero además una mentira de la sociedad para la sociedad, de los demócratas para los demócratas, de los pacifistas para los pacifistas y de los ilusos para los ilusos. Las paces mal hechas, construidas sobre mentiras, nunca son la verdadera paz. Simplemente son la mutación eterna del conflicto en nuevas formas de violencia. Y no es una apreciación caprichosa mía. Los hechos son evidentes. Más de 60 líderes sociales asesinados después de la firma de los acuerdos y más de 170 en todo el proceso son una muestra incontrovertible de ello. Además, el país se inunda de cultivos de coca ante la falta de respuesta institucional para brindarle alternativas a los campesinos más allá de la represión y la cárcel que también ha costado más vidas de personas masacradas por fuerzas oscuras. Esas fuerzas que llaman “oscuras” para disimular que tienen origen en el Estado mismo.

En fin, Santos, al lado de Kissinger, Obama y la genocida Aung San Suu Kyi, hace parte de esos Nobel de Paz inmerecidos porque la comunidad internacional se trama con poco, porque poco investigan y porque son premios más emocionales que racionales. Pero eso nadie se lo quitará a Santos. Pasará a la historia como el único Nobel de Paz colombiano, así como García Márquez logró el de Literatura. La diferencia es que el segundo sí lo merecía.

Por ahora creo que se vivirán unos meses azarosos. Que el Congreso seguirá echado como vaca muerta en el camino del proceso porque la incertidumbre le favorece a los más maquiavélicos. Y Maquiavelo sirvió sumisamente a la nobleza de Florencia en Italia como acá los delfines a su amo. Y todos sabemos en Colombia quién es el noble predestinado para sentarse en el trono de la presidencia por apellidos, abolengo y poder cuyo partido domina la Cámara de Representantes para los más sangreazul de este país.

Ojalá el próximo Presidente sea coherente, consecuente y sincero y diga sin asomo de vergüenza ni arrepentimiento que las FARC-EP (entiéndase el movimiento guerrillero) deberán ser amnistiadas para dar un cumplimiento integral a los acuerdos, que pagarán penas simbólicas exentas de prisión y que se perseguirán meticulosa e implacablemente sus bienes para reparar a las víctimas. Eso es todo lo que se puede hacer. Que habrá impunidad, por supuesto. Ese es el precio que se debe pagar por una paz estable y duradera y Santos lo sabía desde el principio. Pero mintió. Porque él cree que la estrategia y la trampa son lo mismo. Y no, no lo son. La estrategia prevé el futuro. Y Santos solo quería un Nobel de Paz.

 

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Iniciaste con pie izquierdo. Muy bien por refrescarnos la memoria. Político es eso y mucho más. Veremos los próximos reinados de esta República bananera...

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