Dom, 03/12/2023 - 10:53

Si pensamos diferente pensamos en lo mismo, aunque pensemos en otra cosa

No siempre vamos a tener la capacidad, o la habilidad, si somos precisos, para saber qué hacer con nuestras vidas cuando llega ese momento terrorífico que, además, casi nunca podemos identificar.

Eso deberíamos aprenderlo en una especie de universidad para la vida, un colegio para la vida, alguna escuela para la vida o cualquier cosa que se le parezca, pero nada de lo que es la vida puede enseñarse, salvo las cosas que vamos a resultar haciendo de forma mecánica: hablar, señalar, huir, entre muchas otras que ni sabíamos que habíamos aprendido por imitación. Lo digo porque, si alguien en algún momento de mi vida me hubiera enseñado a correr a tiempo o, por lo menos, correr en la dirección correcta o, al menos, no hacia la equivocada, habría salvado mi vida más de una vez.

Porque ayer, justo saliendo de mi casa hacia el parque vecino, me abordó una mujer ofreciéndome unas publicaciones cristianas, porque estaba cumpliendo con su deber de evangelización. Casi siempre respondo con la verdad, casi siempre digo que no estoy interesado en ese contenido, en ese material o en lo que me quieran transmitir y que, ahí lo que considero importante, si desea retome su rumbo y continué con otras personas que sí recibirán eso con efectos fructíferos, sanativos o educativos. Pero ayer, como suele pasarnos de vez en cuando, hablando de las cosas que no aprendimos o que no mecanizamos, no tuve la rapidez mental para decirle la verdad a esta mujer, y me quedé escuchando todo lo que me decía. Me habló de un pasaje bíblico en el que un hombre habla con Dios y lo maldice, porque no comprende sus misterios. Más allá de ahondar en lo que signifique o no esto que me transmitió la mujer, o lo que la iglesia ha interpretado por siglos, le presté atención, porque una de mis tendencias es reivindicar a quienes se hacen preguntas, y, sobre todo, a quienes hacen preguntas a las personas adecuadas. Porque preguntar, y aquí viene quizás la enseñanza para los que están aprendiendo a preguntar, es lo que, más que correr, saltar, volar, huir o matar incluso, nos salva la vida en más oportunidades de lo que creemos.

Y, como saben, siempre al final de lo poco que vengo a decir, por algún misterio que no he podido explicar, puedo leer lo que ustedes están pensando, y, en este caso, lo que se están preguntando. Por lo que, sin decir quién ni qué, procedo a responder las primeras cinco preguntas que leí.

No, señora, no me burlé de la señora por escucharla sin querer escucharla; creo que, por el contrario, la escuché por respeto y, de igual manera, me despedí de ella al final y le dije que le agradecía por tomarse el tiempo de querer hacer algo por mí.

Sí, señor, converso con personas que piensan diferente a mí.

Sí, joven, a los dioses también se les pueden preguntar cosas, aunque no hallemos una respuesta.

No, señora, nada de lo que yo digo es por decirlo, porque todo lo que decimos tiene un motivo, aunque no sepamos cuál.

Y sí, señor, si me vuelven a abordar, quizás vuelva a prestar atención, aunque no crea, o aunque no piense como la persona quiere que yo piense.

Añadir nuevo comentario

CAPTCHA
Esta pregunta es para comprobar si usted es un visitante humano y prevenir envíos de spam automatizado.