Y digo esto, no porque venga a hablarles del tiempo o del espacio, como si fuera un científico experto, ni más faltaba, aunque también, en parte, pero desde la orilla del empirismo, que es, además de mi preferida, en la única en la que no me siento una presa más, sino porque hoy tuve, y tengo la oportunidad de estar en dos lugares a la vez. Es decir, mientras me encuentro aquí, hablándoles de esto, o de lo que sea que esté hablando o vaya a hablar, también estoy jugando una partida de ajedrez en el Torneo de candidatos, por lo que quiero pedir que me disculpen si no coordino las palabras con mis movimientos. Ya se imaginarán que una partida de varias horas resulta más extenuante que ver y hablar con ustedes por días enteros, y que, por eso, hay que guardar la mayor cantidad de energía posible. No es lo mismo venir a leer sus mentes y hablarles de lo que ustedes están esperando que les hablen, y, además, hacerles preguntas relacionadas con el tema, y todo lo que ya sabemos que ustedes y yo hacemos acá desde hace tanto tiempo ya, semana a semana, sin falta. Allá, por ejemplo, quemo más calorías de las que quemaría en una maratón, porque, ya lo sabrán, ni siquiera llegaría al primer lugar donde beber agua y moriría antes.
Entonces, ya sabiendo que estoy allá, jugando con las piezas negras, batiéndome como un león debajo de las leonas, vamos a lo que vinimos. Vinimos a hablar del día en que me dieron la tarea de hablar, en una de mis intervenciones públicas, de lo que le sucedería al país de llegar a ser gobernado por una persona con la mentalidad de alguien de, digamos una época cualquiera, mediados del siglo veinte, cuando casi ninguna mujer tenía derechos como el voto, el trabajo o la independencia económica, para no hacer interminable esta lista. Entonces, decíamos, sucederá que esta nación adolescente, que, por tanto, cree que sabe lo que hace y que tiene la última palabra en lo que respecta al gobierno de su propia vida, cometerá un error de proporciones bíblicas, ya que hablamos de anacronismos, del que le será muy difícil levantarse. Y se convertirá, a la velocidad, pero, sobre todo, con la constancia de la hierba, en un adulto joven del que se habla mucho, porque no es otra cosa que un niño con cuerpo de viejo, algo como un proyecto de persona autosostenible, un espejismo de lo que no debería ser un individuo capaz de cargar consigo mismo y no andar por ahí rompiendo a los demás por el simple hecho de estar dentro de sus dominios. Es decir, y con esto tal vez entiendan para qué sirve estar en más de un lugar a la vez haciendo más de una cosa a la vez, si esto le pasara a este trozo de tierra con nombre de conquistador, lo más seguro es que, para ser consecuente con su elección, se degenere y resulte siendo un híbrido de adolescente descarriado y niño distraído, y, como lo lleva haciendo siglos, pero peor, seguiría su camino hacia su tumba sin querer saber hacia dónde no ir.
Esta vez, y perdonen mi ineficacia, no podré responder todas sus preguntas. No por falta de tiempo, ni más faltaba, porque nosotros, los que escribimos el mundo, lo que hacemos es fabricarlo, sino porque no tengo la paciencia suficiente para pasar toda una vida diciendo lo mismo una y otra vez.
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