Dom, 02/12/2023 - 09:24

Si usamos la piel una vez más

Nada de lo que he dicho en mi cortísima vida, si hablamos de producir algo importante o que, al menos, valga la pena, o larga, si hablamos de dañar planes y vivir porque, como dice el viejo adagio de los filósofos de la calle, la vida es hoy y mañana queda la muerte, ha pasado sin dejar huella, sin que una de sus semillas se quede para que algo en el futuro me convierta en otro.

En mí queda rastro de todas y cada una de las cosas que pasan a través de mi boca, viniendo desde algún lugar de mi cabeza, que no tiene fondo, y se convierten en palabras. Y hoy, porque nadie, hasta donde sé, me lo quiere impedir, vengo a contarles, si no la más reciente, la más representativa y que, de alguna manera, vale la pena contar.

Supongamos que un día cualquiera, soleado, tarde, con niños por ahí, ejerciendo de dioses sin ley ni dios, gente que no piensa sino en las cosas que quiere, al aire libre, alguien se me acerca y me dice que le diga lo que estoy pensando en ese mismo instante. Aclaremos, desde ya, que esa persona que me aborda no está en mis registros de personas conocidas y, por el contrario, bien podría estar en la de no deseados. Ahora bien, no nos imaginemos cosas estrambóticas, sino apenas a alguien que se acercó sin malas intenciones y me pidió que le dijera lo que pensaba en ese momento. Entonces, como no soy alguien de fiar, todo hay que decirlo, porque me la paso escribiendo siempre en mi cabeza, digamos que lo primero que pensé no se lo dije, pero sí lo segundo, que nació gracias a lo primero y que, si sobrevivía a ese momento y a tal extraño, se convertiría en algún momento, como casi todo lo que me pasa, pienso, digo o vivo, en un libro. La expresión de sorpresa del hombre sí que tengo que certificarla, porque, como no puedo decirles lo que le dije, y cada quién se imaginaría algo diferente, no nos queda sino que pensemos en esa persona, como sea que la tengamos en nuestras cabezas, sorprendida. Lo demás, que poco o nada tendrá que aportarle a esto que vine a decir, lo resumo en que el hombre, porque era un hombre de avanzada edad, de esos que parecen sabios de la antigüedad, me dijo que con lo que le había dicho le había hecho nacer una nueva piel, pero que él, por su filosofía ecológica, no podía abandonarla a su suerte, así que me exigió que me la llevara a mi casa y le diera el mejor uso posible.

Desde aquella tarde supuesta, imaginaria, o quizá no, no deja de moverse mi piel en búsqueda de eso que está entre las de los demás y la mía. Y también, desde entonces, y para siempre, tengo otra piel que me cubre y se encarga de que no me salga de mí mismo, señora del sombrero que está a punto de decírselo en secreto a su compañero, el señor de gafas oscuras, que, por cierto, está dormido hace un par de minutos.

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