Dom, 01/30/2022 - 09:13

También éramos lo que seremos

De la nada, como suceden las cosas en el mundo desde antes de tener nombre, y como lo será hasta después de que deje de tenerlo, llega alguien o algo a decirnos que algo en nosotros está cambiando justo en ese instante, y que, por tanto, algo en el mundo lo hace, ya sea por imitación o por reflejo, pero que, al final, que es lo que importa, otro mundo empezó o, sencillamente, que es el momento de que nos convirtamos en un mundo nuevo porque en ese que creíamos vivir ya dejó de existir.

Esto podría parecer un poco contradictorio si lo pensamos desde el punto de vista animal. Es decir, somos animales y no somos mundos, y eso lo deberíamos de entender desde que somos niños o, al menos, desde que empezamos siendo una célula hasta que dejamos de serlo y empezamos a multiplicarnos misteriosamente, a ser todas las células necesarias para ser alguien o, digámoslo, porque es justo y necesario, algo.

Y cuento esto porque ayer alguien me dijo que existía la forma de renovar todas nuestras células sin esperar siete años, como si fueran, o porque podrían llegar a ser, no se sabe, siete años de mala suerte. Se trata de un mecanismo que nos llena las venas de un líquido específico durante treinta o cuarenta minutos y nos convierte en transmisores o transportadores o en herramientas de ese líquido que nos transforma, nos convierte y nos llena de algo que todavía no sabemos qué es. Se me ocurrió pensar que, si yo lo hiciera, no tendría que esperar tanto tiempo, por cuestión de tamaño, como ya habrán notado hasta los menos observadores, porque mi sangre es bastante líquida, y ese líquido podría recorrerme más rápido que las palabras que me entran por un oído y me salen por el otro, completo, de arriba a abajo, sin necesidad de desvíos o moverse o tropezarse, y mucho menos esforzarse.

Lo mejor de todo esto fue que pude, gracias a una rebaja que me dieron, aplicar el proceso en muy poco tiempo, en unos quince minutos y, además, por buen comportamiento y colaboración, como en las cárceles, me asignaron una fórmula única e intransferible para poder transformar todas las células de mi cuerpo en menos tiempo, cada vez que yo quisiera. Es decir, como usted está pensando, señora, desde que empecé esta conversación, hace poco minutos, hasta ahora, ya me he transformado en varias personas. Por eso las contradicciones, las diferencias, los errores, los traspiés y demás cualidades de la perfección que desconocemos por tener desperfectos de fábrica, de tienda y de uso. Así que no se asusten si al terminar esta frase, o esta palabra, o la anterior, o la siguiente o la que sea, soy otra persona, alguien que ni siquiera ustedes sabían que estaba acá, alguien que ni siquiera yo sabía que podía llegar a ser yo tan rápido como dejar de serlo. Con esto me despido, sin saber siquiera quién soy, quién seré, y mucho menos quién estoy siendo. Si ustedes lo saben, les agradeceré si me lo hacen saber.

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