Dom, 12/27/2020 - 10:16

Tan escritores, tan artistas

Míralos tan arrogantes y displicentes, parados en sus pedestales de monarcas: señalando, mandando, despotricando, pontificando, convencidos de que su verdad es la verdad absoluta, seguros de que ante su voz iluminada, todos deben callar y obedecer.

Míralos, dictatoriales, prepotentes, seguidos a todas partes por su recua de aduladores que limpian la silla donde habrán de sentarse, dispuestos a tender una alfombra allí por donde pasen. Míralos a todos aplaudir la elocuencia, la genialidad incomprendida, la frase ocurrente repetida mil y mil veces, la inteligencia tan superior, tan cosmopolita, tan de otras partes, tan avanzada.

Míralos hablar de sí mismos, con un ángulo de cámara que deja ver sus nutridas bibliotecas, con la risa falsa ensayada tantas veces frente a un espejo, una risa aristocrática, intelectual, en todo caso superior, mientras beben una copa de vino y comentan sobre los 40 o 50 o 100 libros que han leído en el año, citan a autores solo para pronunciar sus nombres y luego vuelven sobre sus yo, sus infinitos yo, sus insoportables yo. Míralos envueltos en su aura de seres inmaculados, de otra parte, que lo ven todo desde arriba con una comprensión fuera del alcance de todos los mortales.

Que la verdad les ha sido revelada desde mucho antes, que desde muy temprano vieron esa verdad en las cosas pasadas y por venir, dicen, más o menos, en cada discurso, en cada página que escriben. Míralos ver por encima del hombro a todos los demás, a los que no son como ellos y no están a su altura moral, intelectual, social, y míralos hablar con condescendencia, como diciendo Tú no puedes comprenderme, no estás preparado, no eres suficiente. Míralos convencidos de sus propias historias fantásticas, de sus infancias privilegiadas llenas de autores, de enciclopedias, de música clásica, de emisoras de radio de otras latitudes.

Y mira a su eterno comité de aplausos, encantado y doblegado ante la voluntad del rey o reina de turno, fascinado con la gracilidad de sus gestos, con el encanto particular de su hablar, siempre dispuesto a callar ante sus abusos, ante sus excesos, ante su voluntad aunque esta sea violenta.

Míralos tan convencidos decir sin que les tiemble la voz que ellos son la cultura, el arte, la literatura, la pintura, la música. Ellos y nadie más que ellos: unos cuantos privilegiados, elegidos antes de nacer para iluminar el mundo con su sabiduría. Míralos repartiendo y recibiendo elogios con otros como ellos. Míralos a merced de los clics, que es como decir a merced de las ventas, del dinero, de los ceros y ceros y ceros a la derecha en sus cuentas. Míralos tan seguros de que el mundo les debe algo: adoración, por ejemplo. Pleitesía. Sometimiento.   

Míralos tan escritores, tan artistas, tan pintores, tan músicos. Míralos tan fascinados de sus propias voces, seguros de lo que pasa y ha pasado en el mundo y sin saber lo que pasa en la calle.

 

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