Mié, 08/10/2022 - 10:58
María José Pizarro le impone la banda presidencial a Gustavo petro durante el acto de posesión el pasado 7 de agosto.

¿Un nuevo futuro? ¡Ojalá!

Estábamos sentados en su oficina en el Congreso. No recuerdo cuánto tiempo ha pasado desde entonces, fue hace muchos años, pero si tengo presente, como si fuera ayer, la mirada de Iván Cepeda cuando le pregunté por qué no tenía hijos.

Su respuesta fue demoledora. Palabras más palabras menos me dijo que él sabía que algún día lo matarían y que no era capaz de causarle a un hijo un dolor tan fuerte como el que él sintió el día en que asesinaron a su padre. Iván, a quien tuve la fortuna de conocer por mi trabajo, es hijo de Manuel Cepeda, político asesinado por paramilitares en agosto de 1994. La imagen de su padre era la que llevaba Iván en la solapa de la chaqueta para la posesión de Gustavo Petro como presidente número 60 de Colombia.

Iván Cepeda fue uno más de las decenas de miles de asistentes que se calcula llenaron la Plaza de Bolívar, en el centro de la capital colombiana. Estuvieron 11 presidentes y delegados de otras 12 naciones. Entre ellos había incluso un rey, el de España; y muy cerca, seis personas especiales que representaron al pueblo colombiano: un cafetero de Caldas, un silletero de Antioquia, un pescador de Tolima, una empleada de Chocó, una barrendera de Medellín y una música de Bogotá. Por primera vez en más de 200 años de historia republicana, una gran parte del pueblo sintió que ese nuevo gobierno encarnaba su verdadera representación.

Aunque es indudable que la jornada de este 7 de agosto era el inicio de una nueva era, es muy temprano para saber si será para bien o para mal. Lo cierto es que estuvo marcada de simbolismos.

Por primera vez el pueblo estuvo allí, y no fue solo un acto protocolario exclusivo para las élites que se han empalagado en las mieles del poder.

Como ha sido tradición el presidente del Congreso, en esta oportunidad Roy Barreras, tomó juramento al nuevo mandatario; y, sin que nadie lo sospechara, al terminar, en un acto de gran nobleza, le pidió a la senadora María José Pizarro que pusiera la banda presidencial sobre el pecho del nuevo Jefe de Estado. Las lágrimas no se contuvieron. Ella es hija del legendario líder del M-19 Carlos Pizarro Leongómez, vílmente asesinado cuando apenas habían transcurrido 49 días desde que en un acto protocolario, el llamado “Comandante Papito”, entregara su pistola sobre la bandera de Colombia. Era la materialización de un sueño que idealizaron unos pocos hombres cuando fundaron la que ha sido, quizás, la guerrilla más mediática del país y la que más ha cumplido los acuerdos de paz firmados con el gobierno. Petro es hijo de un proceso de paz y, en su discurso, dejó bastante claro que consolidar este anhelo de los colombianos será una prioridad durante su mandato. Aquella jornada no fue solo de Petro, también fue de Pizarro quien, a pesar de su ausencia física, desató gritos repetitivos de “Si se pudo”.

Si este hecho hizo vibrar a la mayoría de los presentes en la Plaza de Bolívar, el siguiente arrebataría salvas de aplausos apasionadas. Antes de juramentar a Francia Márquez, como su vicepresidenta, Gustavo Petro cumplió otro sueño al decir, como su primer acto oficial de gobierno: “Le solicito a la Casa Militar traer la espada de Bolívar”. Era el final de un duelo entre los mandatarios saliente y entrante en el cual la mezquindad de Iván Duque lo llevó a negarse a prestar esa espada que, 51 años atrás, había sido robada por el M-19, grupo guerrillero al que perteneció Gustavo Petro. La negativa fue a pesar de que los solicitantes habían cumplido con todos los requerimientos exigidos hasta ese momento, incluída una póliza de seguro por mil millones de pesos. Gustavo Petro ganaba su primera y simbólica batalla como presidente.

La Plaza de Bolívar, epicentro del poder politico, religioso y judicial de los colombianos, destiló armonia y reconciliación durante esas horas, lo que quedó demostrado cuando la multitud ovacionó al expresidente Juan Manuel Santos, como si fuera apenas un abrebocas de lo que muchos creemos será el reconocimiento que la historia le hará por su búsqueda de la paz para los colombianos.

En su discurso Petro prometió muchas cosas, al igual que lo han hecho sus antecesores. Dijo que buscará una paz verdadera y definitiva; que su gobierno será para las mujeres, para los niños y para los abuelos; que habrá diálogos “sin excepciones ni exclusiones”; que desarrollará la industria nacional y que prorizará el medio ambiente; solo por mencionar algunas de las cosas más importantes. Comienza con un gran capital politico y una gran coalición de partidos que, al parecer, están dispuestos a jugársela por un cambio.

Como dije, es muy pronto para saber si logrará todo lo que se ha propuesto en su ambiciosa agenda. Lo que es innegable es que de lograrlo, en adelante ningún colombiano tendrá que abstenerse de tener hijos por miedo a ser asesinado, como le ha sucedido a Iván Cepeda, compañero y contradictor de Gustavo Petro en muchas batallas.

Petro terminó su discurso acudiendo a un fragmento de ‘Cien años de soledad’, para hablar sobre la segunda oportunidad que quiere para los hijos de Colombia. Era el perfecto final para un hombre de 62 años que en su juventud, cuando fue guerrillero, llevó el alias de ‘Aureliano’, como el mítico Aureliano Buendía, célebre personaje de la misma obra de García Márquez que le permitió obtener el Nóbel de Literatura.

Yo, terminó esta reflexión que comparto con mis amigos con una sentencia de la hoy vicepresidenta Francia Márquez que, de lograrse, haría que todo este proceso haya valido la pena: “Hasta que la dignidad se haga costumbre”.

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