Menciono este juego y no otro, aunque el símil funcionaría con casi todos, porque es, además de leer poesía, la actividad que más me acerca a ejercitar mi cuerpo de una manera, digamos, sana. Pero también lo hago, y acá es donde los rostros golpeados por la sorpresa afloran, porque es el único deporte que quiero mencionar, habiendo tantos y tantos, más los que ni siquiera sé que existen, y también porque es el único del que, en realidad, puedo hablar porque habito en él.
Las victorias en la vida, las de verdad, no las que los demás nos hacen creer que lo son, se parecen mucho a las del ajedrez, son absolutas o no lo son. Es por eso que luego de que sucede una victoria genuina, que no es otra cosa que algo muy similar al sistema binario y la política, suceden dos cosas que la ciencia todavía no explica: dejamos de ser la persona que éramos para empezar a ser la que realmente fuimos. Luego de ganar nos enteramos de quiénes éramos antes y, por fortuna, de quiénes seremos después si la gloria no se nos sube a la cabeza. Un ejemplo perfecto es la gran maestra ucraniana Anna Muzychuk, triple campeona de ajedrez, además, que se negó a participar y a defender en su momento el título en el mundial de Arabia Saudita en solidaridad con la situación de las mujeres de ese país, y en el mundo entero, de paso, y que no sobre decirlo, pero podría resumirse en que ella no aceptaba que las mujeres fueran consideradas ciudadanas de segunda. Esta mujer sí que supo decirnos de qué está hecha y quién es y quién sería. Y es que es en ese primer paso, luego de que dimos el último, en donde dejamos la huella que perdurará, o que, por lo menos, para bien o para mal, nos sobrevivirá. Y, aunque no soy un maestro de ajedrez ni algo que se le acerque, es por eso que, a mis aprendices literarios, desde hace años ya, es lo que más les repito, casi que se los inoculo, antes que cualquier teoría literaria o técnica de elaboración de artesanías. Siempre resumo mis sesiones con ellos en, palabra más, palabras menos, esta frase filosófica y cantinflesca: para saber qué hicimos hay que haberlo hecho, porque habiéndolo hecho es que sabremos lo que ya sabríamos y nadie, ni siquiera un loro repitiendo estas palabras, nos hubiera podido decir.
Y sí, señora de la última fila, por supuesto, que me hubiera gustado ser uno de esos niños que aprendió ajedrez mientras aprendía juegos, letras y números, me hubiera gustado aprender ajedrez como aprendí a leer, y por eso es que, como un niño, desde hace años, juego al ajedrez a toda hora y en todo lo que hago, incluidas estas palabras. Su turno.
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